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No lo solía hacer, pero tenía la bañera llena y había echado sales de baño que su madre le había regalado hacía muchísimo tiempo. Por lo general, trataba de bañarse rápidamente y taparse con la toalla aún más rápidamente; pero la noche anterior la había dejado agotada y quería aprovechar que ese día había clase de repaso y no pretendía ir. La puerta del baño estaba cerrada, el espejo y las ventanas empañados y, por una rendija mínima, podía ver la luz del sol filtrándose por las hojas aún verdes del árbol de la vereda. Tenía una pierna apoyada sobre el borde de la bañera, y la gota que se deslizaba por los azulejos blancos hacia el suelo era lo único que se movía además de su pecho. Miró con atención la piel de su empeine, avanzando hasta la rodilla. Jamás se había depilado con cera, como su madre. Desde sus primeros vellos, había usado las maquilillas de afeitar de su papá, aún lo hacía. Le gustaba olerse las manos después de limpiarse la espuma de afeitar, la hacía recordarlo.

Se acarició la pierna y se preguntó cuánta diferencia haría la cera depilatoria en su piel. Podía sentir el invisible vello queriendo crecer, raspándole la yema de los dedos casi imperceptiblemente.

Por primera vez en su vida, se cuestionó sobre qué sucedería cuando tuviera relaciones. ¿Tendría que ir antes a hacerse depilar por una experta o bastaría con la maquinilla? ¿Le importaría la diferencia a Sebastian?

Con un suspiro, detuvo sus pensamientos y metió la pierna en el agua. Se estremeció de sólo pensar en estar desnuda en una habitación con alguien más. No era para nada atractiva la idea. El agua se veía blanca por las sales de baño y aquello la hizo sentir mejor, más cubierta.

Frunció el ceño. Quería golpear a Sebastian en la cara hasta desfigurarle esa estúpida sonrisa que la hacía sentir tan rara. “Nos irá bien”. ¿Cuál era su maldito problema? ¿No podía ser normal? Ella había violado cualquier código que hubiera en la faz de la Tierra, había pasado por sobre él y aceptado la mudanza. ¿En dónde estaba el enojo? Sólo le había dado desconcierto y luego una sonrisa cálida que hacía a su cabeza dar vueltas.

Se reacomodó en la bañera y sacó los brazos, para que colgaran a los lados de la tina. Tenía pechos grandes, pero eran demasiado grandes. No entendía cómo las mujeres querían ponerse más peso en ellos, a Joy le daban dolores de espalda. Sobresalían del agua, casi hasta la mitad, brillantes y empapados. Siempre los escondía, usaba sujetadores que se suponía los disimularan, pero no. Todo intento era en vano. Sin embargo, los ojos de los hombres parecían irse a ese par todo el tiempo, no que le importara. Él la miraba a los ojos la mayor parte del tiempo, todo dependía de la ropa que tuviera puesta. No le gustaba que nadie le pusiera los ojos encima de esa forma otra vez, pero hacía dos tardes, cuando él la había besado, ella había querido que la mirara caninamente. Que la desnudara con los ojos, que la ropa hubiera sido la cera y ella un pabilo esperando a ser consumido. ¿Le gustaría su cuerpo a Sebastian? No debía importarle lo que él pensaba y lo tenía completamente claro, pero no podía evitar preguntárselo. Ella odiaba su cuerpo, eso lo tenía clarísimo. Tenía volúmenes de más, no le gustaban sus caderas anchas ni sus piernas. Jamás podría exponerse ante un hombre, le daba demasiada vergüenza sólo pensarlo.

Los nudillos de Mel en la puerta del baño la rescataron de morir por el sonrojo.

—Hija, ya has estado ahí adentro durante una hora. Comienzo a preocuparme, ¿estás bien?

—Estoy bien, ma —respondió sin mover un músculo—, ya salgo.

—De acuerdo —hizo una pausa, pero Joy no oyó sus pasos alejándose, así que asumió que le había quedado algo en el tintero a su madre—. David dejó cajas para empezar a llevar cosas de a poco, cielo —agregó con la voz repleta de extrema dulzura.

Una corriente eléctrica le contrajo cada órgano del abdomen. Debía recordar que lo hacía por su madre, pero ¡estaban demasiado ansiosos! Se relajó, músculo por músculo, y miró la puerta, por cuyo vidrio texturizado veía las manchas de colores que componían a su madre.

Pariente LegalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora