Capítulo 33: "¿Te conozco?"

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Sus pestañas se baten como las alas de un colibrí, sus ojos se hacen un poco más pequeños y su boca forma una pequeña rabieta

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Sus pestañas se baten como las alas de un colibrí, sus ojos se hacen un poco más pequeños y su boca forma una pequeña rabieta.

Toco mi cabeza tratando de descifrar que pasa.

A su paso, la espectadora deja caer las sabanas por sus pechos, dejándolos al aire. Abro mi boca y al cierro al instante.

—¿Para dónde vas? — pregunta de pronto, llevándose las manos atrás de su cabeza, haciendo que sus senos queden más alzados.

Se me pone dura.

Quiero tomarla, aquí y ahora.

Trago en seco.

—Mmm— aclaro mi garganta— ¿Hacerte el desayuno?

Dudo ante mis palabras.

Ella sonríe abiertamente y se tapa completa.

—Toda tuya la cocina.

Como si nada hubiera pasado, vuelve a refundirse entre las sabanas y cierra sus ojos tratando de conciliar el sueño.

Eso no me lo esperaba.

Haber pasado la noche con ella fue mejor de lo que me llegue a imaginar, hacer el amor después de tanto tiempo, despertó ciertos sentimientos que pensé que se habían muerto en mí.

Aún existen unos ciertos temores y no puedo hacer el de la vista gorda. Siempre me he negado al amor, nunca me intereso nadie a parte de tener sexo. Ellas mismas lo sabían y por eso nunca me metí con nadie del pueblo.

Era lo mejor para mí, mi hijo y ellas.

Creí que estaba completamente feliz así, pero estaba equivocado.

Ahora estaba descubriendo algo nuevo y me gustaba la sensación de tener de todo un poco en mi vida.

—¿No vas a bajar? — su voz me distrae. Loto se sienta con la sabana pegada a su pecho.

—En serio te estas tapando.

Ella rueda sus ojos y la deja caer.

—¿Feliz?

—Mucho. Ahora quiero otra cosa.

—¡¿Qué?! ¿Más? — sus ojos de agrandan y carcajeo.

Realmente fueron más de un encuentro.

—Solo te espero abajo. — Digo sin esperar respuesta. Cierro la puerta y me dirijo directamente a la cocina.

Cuando entro a ella, el sonido del timbre resuena entre las paredes.

Frunzo el ceño.

Nadie en Lago Cristal lo toca. Nadie.

Cruzo de nuevo hasta la puerta y la abro.

Me encuentro con un hombre casi de mi altura, ojos marrones oscuro y una sonrisa de comercial, la cual decae al verme.

El rasca su barbilla y se estira para ver el número de la casa. Rectifica con su celular y arruga las cejas.

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