Capítulo 3: "¿Seguro?"

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El estúpido paquete luminoso de color rojo, brilla cada vez más en el asiento del copiloto

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El estúpido paquete luminoso de color rojo, brilla cada vez más en el asiento del copiloto. Lo miro con molestia y rabia.

¿Cómo diablos compré una bolsa de papas fritas cuando las odio?

Mi rabia brota por los poros, si no fuera por esa niña caprichosa y atrevida, solo hubiera salido con la botella de agua, nada más.

Una sola botella de agua.

Vecina con boca insolente.

Suspiro al recordar el día anterior. Realmente, creí que era una adolescente, su cabello corto la hace lucir realmente joven, sus ojos claros y pómulos levantados le dan un aire infantil y para no dejar atrás sus labios, los cuales son un poco gruesos abajo pero delgados arriba. Conjuntamente su perfecta sonrisa, dientes realmente parejos y blancos.

Sacudo mi cabeza. Esa niña tiene tatuado en la frente: Soy resplandor de luz intensa y te puedes quemar. Y no, no me quiero quemar, ni mucho menos quedar ciego.

La imagen de sus senos resaltados en esa blusa, hace aparición en mi mente.

Sacudo mi cabeza de nuevo y bebo un poco de agua.

Parezco un adolescente hormonal nada más. Nada bonito. Nada caballeroso la escena que hiciste.

—Debes calmarte, Hendrick. El amor no está permitió. No eres un adolescente. —susurro lentamente.

Una vez llego a mi lugar de trabajo, bajo de coche y paso directamente a mi oficina, saludo a mi secretaria dejándole el molesto paquete, ella agradece sorprendida y pasa a darme el itinerario del día. Asiento a cada una de las cosas y me dispongo a leer unos contratos pendientes.

La puerta se abre de golpe y un hombre con una piel algo bronceada, cabellera castaño claro, cejas espesas igual a la mías, sonrisa algo torcida y ojos verdes hacen presencia.

—Llego el sabor de esta empresa— anuncia muy cómodamente, se sienta en unos de los muebles. Alza sus cejas y palmea su costado.

Río y me siento en frente de él.

—Veo que te fue muy bien en el crucero.

— ¿Bien? Queda pequeño, me fue espectacular. Una travesía viajar por todo el caribe, además, las mujeres. Mmm...mmm

— ¿Solo mujeres? — pregunto, con diversión.

— No, también aprendí a bailar salsa, ¡mira! — muestra, con unos pasos algo complicados, lo cual me dice que no es salsa.

—Lucca, no creo que eso sea salsa

—Tu no estuviste allá, no lo sabes— señal, me ignora y sigue con su tonto baile.

Me paro del sofá y me siento detrás del escritorio. Él al percatar, que no estoy siguiendo su juego, se sienta en una de las sillas de frente.

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