Minería

17 2 51
                                    

Al caer la noche, mis sentidos y mi cuerpo estaban completamente agarrotados. Me sentía débil. Tremendamente débil y eso para mi, fue el peor de los castigos. Era somo si te arrojaran, atado de pies y manos, a una piara de fuego para que te quemaras vivo mientras el sonido metálico del látigo despellejaban la carne desnuda que encontraba a su paso.

Escuchando de pronto unos pasos apresurados, intenté moverme pero mi cuerpo seguía resistiéndose por completo. No quería que me vieran así y por un instante, quise morir de verdad aunque no es que pudiera a pesar de que mi cuerpo y mi alma destrozadas, se sentían abrumadas.

-¿Papá? -era la voz de Benjamín completamente preocupado.

Intentando levantarme, cosa imposible, abrí los ojos con pesadez y noté que entre un par de personas, desataron mis manos y alejándome del poste sangrante, me postraron con sumo cuidado en el árbol cercano intentando que mis heridas no dieran en la madera. Tratando mis heridas, abrí mucho los ojos y emitiendo un ronco alarido, vi que el que estaba curando mis heridas era Tala junto con Valeria que me curaba mis manos.

-Quédate quieto. No podré...

-No quiero ser curado. Quiero poder morir lo antes posible y...

-¡No! -me di cuenta que, tanto Elisabeth como Benjamín, habían gritado y viendo que tenían lágrimas en los ojos, los intenté acariciar pero era algo imposible. Estaba débil. Muy débil y no solo por el agotamiento y el dolor si no, porque me moría de hambre.

-¿Por qué has pasado por esto? -no sabía que contestar o como contestar- Solo... -siguió hablando- Solo lo has hecho para protegerme... -dijo Valeria con lagrimas en los ojos.

-No se como lo has podido aguantar toda esa crueldad. Una persona no puede aguantar tanto... -dijo Tala aunque sinceramente eso me cayó como una patada en el estómago.

-Ese hombre es cruel -dijo Benjamín.

-Es malvado. ¿Cómo pudiste casarte con alguien así, mamá? -preguntó su hija.

-Yo... -y mirándome a la cara, suspiró- Él me amenazó.

-¿Por eso no querías decirme porqué lo habías aceptado? -pregunté antes de poder beber agua que me estaban ofreciendo.

-¿Os acordáis del incendio? -todos afirmamos con impaciencia- Lo provocó él junto con unos amigos suyos. Quería que nosotros no tuviéramos absolutamente nada y que él, de buena fe, ofrecería su casa para que nosotros viviésemos ahí. Quería todo aquello que yo tenía -algo dentro de mí, comenzó a hervir.

-Pero hay algo que no me cuadra. Tú has dicho que te amenazó pero...¿Como?

-Poco después de...Bueno, ya sabéis -dijo ella con el labio temblando- Nos mudamos a su casa. Al principio la cosa estuvo bastante bien y todos creo que disfrutábamos de estar ahí -dijo y yo me crucé de brazos.

-No mucho, la verdad. Yo estuve encerrado como un esclavo aunque tampoco me arrepiento -decía la verdad.

-Pero Thomas se iba acercando poco a poco a mi. Al principio eran quedadas sutiles, cafés sin importancia rodeada de conversaciones agradables.

-¿Y por qué parece todo lo contrario, mamá? -preguntó Elisabeth.

-Porque...Lo golpeé.

Todos. Absolutamente todos, nos congelamos en ese preciso instante. Mirandola, me di cuenta que tenía los ojos rojos y un rastro de lágrimas, estaba corriendo por su hermoso rostro. ¿Qué es lo que había pasado como para llegar a ese extremo?

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora