Hombre encapuchado

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-Se lo diré cuando pueda... -dije mientras me volvía a internar en otro capítulo:

Después de llegar al puerto de Nueva York y decirle al oficial mi nombre y apellido provisional, a todas las personas nos apartaron a un lado para hacer otra especie de chequeo o al menos esa es la impresión que daban pero solo nos daban un pequeño saquito con lo que deduje que era dinero y una pequeña hoja con una dirección. 

Cuando nos dejaron libres, los que no estaban afligidos o desesperanzados por la pérdidas de familiares de ese barco maldito, suspiré. Dejando atrás todo aquello que conocía, me puse en camino y mirando al niño, comencé a buscar la dirección que nos habían dado.

Durante varios días, que a mi me parecía más bien una eternidad, todavía me sentía perdido. Por más que preguntase a las persona donde estaba la dirección, nadie me prestaba la más mínima atención. Al parecer, éramos como unos apestados y como consecuente, desconfiaba de todo aquel que se acercaba con segundas intenciones aunque no todas las personas eran así ya que, otras se apiadaban de nosotros dándonos alojamiento y a pesar de que intentaba por todos los medios llegar al dichoso lugar, debía tener en cuenta que no estaba solo y como tenía que andar con muchos ojos para que los rateros no me robasen, compraba siempre alimentos para Declán ya que, mi no me importaba comer poco con tal de que el niño si lo hiciera. La supervivencia de Declán era mi prioridad.

Al quinto o tal vez décimo día deambulando por las calles, me sentía desfallecer y a pesar de que tenía que estar en 1000 ojos al mismo tiempo, mi cuerpo comenzaba a cansarse y al no tener alimento en mi cuerpo y sentir el agarrotamiento del frío de las calles oscuras, sentí mi cuerpo pesado. 

-No puedes desmayarte. Cuando encuentres dicho edificio, podrás morirte si quieres -me decía para mantenerme motivado.

Girando a la derecha, tuve que agarrarme a una escalera de metal y a pesar de que rezaba a todos los dioses por encontrar dicho edificio, parecía como si mis plegarias hubieran sido escuchadas ya que, al mirar hacía arriba, el nombre de la calle me sonaba y, al fondo, pude distinguir que ante mi, se encontraba un edificio enorme y alto, y si no fuera porque casi todas sus ventanas estaban rotas y la pared mohosa, diría que había vivido momentos mejores.

Mirando de nuevo el papel que me habían dado en el puerto, para comprobar el verdadero nombre de la calle, la dirección se veía un poco borrosa pero todavía se podía leer. Además de eso, había preguntado tantas veces a las distintas personas que me lo había aprendido de memoria.

-Debe de haber un error... -dije para mi sintiendo como el pequeño Declan se movía incómodo entre las cobijas de mis ropas- Ya pequeño -le mecí intentando no tambalearme- Ya casi estamos. Hoy podremos comer caliente.

Caminando con paso lento y seguro, me fui acercando al lugar citado pero, algo iba mal. Dicho lugar, parecía un hervidero de ladrones, pobres, traficantes y prostitutas. Detuve el paso y a pesar de que esa era la dirección que estaba en el papel, mi sentido protector me decía que debía salir de ahí. 

Mirando a todos lados, me sentía completamente rodeado de prostitutas pero hubo una que llamó especialmente mi atención. Era una mujer bajita poco agraciada pero de curvas sugerentes; Su cabello era negro, rizado y muy largo, haciendo que se lo recogiera con una trenza mal hecha; Tenía pecas en su piel lechosa y sus ojos, a pesar de ser de un tono miel, poseía suspicacia e inteligencia de una mujer que todavía tiene ganas de vivir. Vestía con un corpiño negro muy ajustado haciendo más altivo su sugerente pecho, una falda abierta por el muslo, unas medias a rayas que se podía ver a simple vista, que estaban muy gastadas y unos zapatos de tacón bajo.

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora