Nada es lo que parece

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Esto no puede estar pasando.

Esa frase sonaba una y otra vez en mi cabeza. No podía creer lo que estaba pasando y mucho menos, me podía creer esa llamada. Miré una y otra vez el móvil haber si era cierto pero, evidentemente no me equivocaba. 

Dentro de un taxi, ya que estaba demasiado alterado para conducir, me dirigí hacia el Hospital de la Pitié-Salpêtrière. Desde que había recibido la noticia esa, no he parado de ser la persona más torpe del mundo ya que, antes cuando he subido y bajado las escaleras de mi casa casi tropiezo, me he atrapado el abrigo con la puerta, mi cartera estaba desaparecida y para colmo, el taxi que había pedido por teléfono para que me llevara directamente, ha tardado mas de 30 minutos en llegar aunque creo que mi torpeza, es debido a que mi cuerpo estaba demasiado alterado. Menos mal que se me ocurrió dejarle una nota a mi hermana diciéndola donde estaría aunque no le expliqué porqué. 

Cuando el taxi paró en mi destino y pagué, le dirigí tan rápido como pude hacia el edificio principal. Era tan grande como un palacio del estilo barroco con paredes de piedras, ventanas por todas partes, jardines preciosos y columnas en la puerta principal aunque, no me di cuenta de eso ya que estaba demasiado absorto por entrar dentro. Jadeando por el esfuerzo, vi que miles de enfermeros y médicos, se me quedaron mirando pero no me importó. Al llegar al mostrador, la chica que había en recepción, paró de hablar con su compañero para atenderme.

-¿En que puedo ayudarle, señor?

-H-Hace un momento me han llamado sobre un accidente. Un...Uhm...Amigo mio, le han traído aquí -dije algo apurado.

-¿Nombre de la persona?

-Leo Spindler -tragué saliva mientras ella escribía los datos en el ordenador.

-Tendrá que esperar en la sala de espera. Cuando tengamos los resultados, le informaremos.

-G-Gracias.

Y sin decir nada más, salí de ahí mientras seguía los letreros indicativos para ir a la sala de espera. Giré a mi derecha y a unos 10 pasos, volví a girar a la derecha para encontrarme de frente con una gran sala de paredes de madera y luces amarillas, asientos sospechosamente incómodos de metal que estaban acolchados de almohadas azules algo agujereadas. Había dos grandes maquinas expendedoras de comida y una más pequeña de café, y en el centro, había 3 estanterías con ruedas de madera que estaban repletas libros medicinales, cuentos, revistas o libros antiguos. Miré a todos lados y mirando por donde mirase, había todo tipo de personas.

Personas que estaban esperando una solución para familiares enfermos, niños jugando videojuegos, otros leyendo o charlando y otros, estaban simplemente esperanzados por la feliz recuperación de familiares. Me fijé, por curiosidad, en una chica que leía tranquilamente mientras que a su lado estaba lo que parecía su madre que estaba sosteniendo entre sus manos un retrato de un hombre de tez morena y pelo negro. La mujer, baja, de pelo corto y rubio, me miró detrás de sus gafas cuadradas:

-¿Ocurre algo, joven? -preguntó la mujer aunque con cierto acento español.

-¿Su marido?

-Si... -dijo ella con cierta melancolía- Ha caído muy enfermo ¿Sabes?

-¿Que pasó?

-Neumonía. Está en Cuidados Intensivos y... -vi que la mujer se ponía sentimental y la muchacha, que estaba a su lado al darse cuenta, le cogió la mano.

-Sabes que él se va a poner bien -dijo la muchacha- Conoces a papá mejor que yo -me fijé que la muchacha sonreía pero se le veía triste.

-Espero que se recupere -dije intentando salir de ahí antes de que la cosa se pusiera peor.

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora