Damián Aeva

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Después de la tanda de cafés que mi cuerpo había consumido por andar distraído escuchando la suave voz de Leo, daba vueltas sin parar en la cama. No podía dormir y a penas eran las 2 de la madrugada. Encendí la luz y me quede mirando el techo de mi cuarto. 

-¿Que debería hacer? No tengo sueño -me dije llevándome ambas manos detrás de mi nuca. 

Bueno, tampoco tendría que echarle la culpa al café del que no pueda dormir. También estaba pensando en ese patético intento de haberle dado un beso en esos labios carnosos que Leo tiene ¿En que estaba pensando? pensé mientras me llevaba ambas manos a la cara. Me puse de lado y vi, en la mesilla de mi habitación, los cuadernos que Leo me había dado y sus palabras resonaron en mi cabeza.

-De verdad, que no me importa. ¿Acaso Unamuno o Agatha Christie o Jules Verne o Gabriel Garcia Marquez les importa si los lees?. Las historias o los cuentos están hechos para ser leídos. No para acabar al fondo de una estantería criando polvo.

Habían sido sus palabras exactas. Me senté en la cama y cogiendo uno de color azulado, me levante para ir al salón poniéndome las gafas de paso. A fin de cuentas no podía dormir. Camine hacia el salón y vi algunos restos de la cena de mi hija y mi hermana. Menos mal que no me sometieron al tercer grado cuando llegue volví pensé frunciendo el ceño y poniendo una tenue luz anaranjada para no despertar al personal y me senté en el sofá. 

-A ver que me puedo encontrar aquí -abrí el cuaderno por pura curiosidad por la mitad- Solo leeré un capitulo y si no me interesa, lo dejo -me dije a mi mismo y me puse a leer.

Corría el año 1765, concretamente un 29 de Diciembre de una Francia que había sido gobernada por Luis Fernando de Borbon aunque algunos lo habían llamado el Delfín de Francia. Tras la muerte del gobernante, se buscaba sucesor con rigurosa atención. No era muy propenso a las noticias que podía llegar a escuchar en este sótano en el que estaba viviendo. 

Tengo que decir que, a mi favor, esta no era la vida que siempre había querido. Bueno, para ser exactos, esta no era la vida que lamentablemente no elegí. Dando una larga calada a mi pipa, termine de beber el coñac que generosamente mi aliado, me había ofrecido.

-Menuda vida te estas gastando -no se si es que era por el alcohol o porque ya estaba un poco harto de seguir viviendo.

Llamaron a la puerta de metal y dejando la pipa de opio encima de una mesa de madera que me estaba fumando, importado ilegalmente desde China, indique que entrara. Era un chico alto y delgado, de pelo negro demasiado cuidado y peinado como para ser de estos suburbios. Tenia la piel clara, ojos grandes y color avellanada y, su rostro lucia un carmín. Tal vez por el frío o tal vez por la timidez. 

-Hola -me saludo pero yo solo le miraba a el con una mueca extraña.

Tenia zapatos negros con algo de tacón de hebillas doradas y sobre las piernas, lucía unas ridículas medias blancas expuestas al aire que podían ser de seda, lana o algodón.​ Al subir mi vista mas arriba, su traje constaba de tres piezas que formaban el traje, chupa y calzón y como prenda exterior la casaca. Tenia una chaqueta o chupa larga dorada que le llegaba hasta la cintura y estaba abierta por delante a pesar que tenia botones, dejando los superiores libres para que se viera la ostentosa guirindola blanca que tenia en el cuello y que terminaba en un bonito chaleco color azul marino. Tenia unos calzones igual de dorados que la chupa que le tapaba hasta la rodilla para dejar paso a esas medias. La casaca era una chaqueta de color granate algo más larga que la chupa y con cuello en forma de caja. Estaba abierta y la tenia abrochada por botones con mangas anchas que llegaban por debajo del codo, desde donde se hacían visibles los puños de las camisas que eran enormemente anchos y con el encaje blanco. Llevaba un bastón de madera con una empuñadura de plata en forma de león que sujetaba entre sus finos dedos.

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora