Varias días después, me encontraba, de nuevo, con la atenta mirada de Leo que no me quitaba ojo. No era la primera vez que lo hacia y no creo que sea la ultima. Deje de mirarle y volviendo a prestar atención al ordenador, me puse a teclear para ver cuantas personas habían venido para dejar o llevarse algún libro. Cada vez que me ponía nervioso, tenia que hacer algo parecido ya que, si no, los resultados podrían ser nefastos.
Bebí un poco de agua y al dejar la botella de nuevo en su lugar correspondiente, me di cuenta que había bajado uno de los libros que me dio Leo con la intención de leerlo pero no me atrevía. Podría hacerlo pero quizás estuviera infringiendo algún tipo de intimidad aunque...A fin de cuentas, el me los dio. No creo que sea nada intimo ¿O si? Igual me pasaba con el diario que me encontré. Todavía no lo había echado un vistazo y, aunque me moría de ganas, me resultaba imposible ya que estaría invadiendo la privacidad de alguien muerto, que, por otro lado, algunos de los autores de los libros de la biblioteca, ya estaban muertos y me los había leído. ¿A quien pretendía engañar? Simplemente no me atrevía a hacerlo.
-Ejem -alguien carraspeo y al levantar mi mirada por encima de las gafas, me di cuenta que era Leo- ¿Interrumpo algo? -pregunto.
-¿Que...? ¡Ah! No. Claro que no. ¿En que puedo ayudarte?
-Me llevo estos libros -me dio Grandes Esperanzas de Charles Dickens y El corazón delator de Edgar Allan Poe- Después de esto creo que es hora de que vaya a casa. Supongo que querrás irte tu también a la tuya -afirme perezosamente.
-No sabia que te gustaba Poe -dije mientras pasaba el código de barras para meterlo en el programa como prestado.
-De un golpe abrí la puerta y con un suave batir de alas, entro un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia ni un instante quedo, y con aires de gran señor o gran dama, fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado. Inmóvil. Y nada mas... -cito.
-¿El cuervo? -pregunte y el me afirmo con la cabeza- Es increíble. No he conocido a nadie que supiera decir de memoria alguna estrofa de algún libro -el sonrió- Aquí tiene sus libros -se los di y el se los guardo mientras se iba hacia la puerta- Hasta mañana -comente pero el se paro y se dio la vuelta.
-¿Hoy trabajas en la tarde? -pregunto.
-No. Hoy hay fiesta en la tarde así que la biblioteca se mantendrá cerrada -conteste.
-¿Tienes que hacer algo sobre las 6? -pregunto.
-Supongo que no. ¿Porque? -pregunte mientras le miraba directamente a la cara.
-¿Te gustaría acompañarme a algún sitio? -al ver mi mueca un poco ácida, se puso algo nervioso- ¡Oh! No voy con esa intención. Es que me comentaron la ultima vez que fui que para el próximo día que trajera a alguien -eso me desconcertó aun mas- Y después, si quieres, le invito a un café. Conozco una buena cafetería.
-La verdad es que no lo se... -y era verdad ya que había sido todo tan rápido- Necesito consultárselo a mi hermana a ver si puede quedarse con mi hija y... -le mire. Su expresión, a pesar de ser algo hosca, parecía decepcionado- Veré lo que puedo hacer -ante esa respuesta, Leo esbozo una radiante sonrisa antes de desaparecer por la puerta.
Varias horas después, me encontraba tirado en el sofá sin saber muy bien como ni porque me sentía totalmente ausente. Re-Leía una y otra vez el libro que tenia entre mis manos pero no pasaba de pagina. Miriam, que había llegado trabajar hace 20 minutos, salia de la ducha envuelta en un albornoz verde claro y unas zapatillas color mostaza.
-¿Sigues estancado en la misma pagina que cuando llegue? -pregunto.
-¿Eh? -la mire a ella- ¡Ah! Si -cerré el libro. Era imposible concentrarse- Oye... -mire a mi hermana que se estaba dirigiendo a la cocina- ¿Me harías un favor?
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El bibliotecario y el guardián
Aléatoire¿Creéis en el destino? ¿Pensáis que la sangre une algo mas que el destino? Eso es lo que pensaba Leo al encontrarse nuevamente con aquella persona que había jurado proteger pero, tenia un ligero problema. La luna es su peor enemiga. Des, es un bibli...