Gibosa creciente

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-¡Vamos Leo! ¡Que tu puedes! -me hablo Fran muy animado al mismo ritmo que la cancion de ACDC sonando de fondo- Solo te quedan por hacer 100 metros y pasaremos a la ultima prueba.

-¿Te puedes estar callado? -le pregunte jadeante.

Desde lo que me había pasado esta mañana y me había echo la carrera del siglo por encontrarme a algo parecido a un fantasma, tenia que ir a mi casa para comer algo e ir al gimnasio para quemar algo de energía. Desde que había llegado al gimnasio, Fran, un amigo mío de pelo corto y pelirrojo con mechas blancas, de ojos marrones y con cara de animador, era mi entrenador personal. Llevaba corriendo en la cinta cerca de 2 horas y el tío me ignoraba cuando le decía, algo molesto, que me pasara a mi zona favorita. El boxeo. Le mire y mientras me daba la botella de agua, yo mismo, pare la maquina.

-¿Que haces? -pregunto ofuscado mientras yo tragaba agua como un descosido.

-Fran -le mire mientras cogía una toalla para secarme el sudor- Llevo casi 2 horas en la maldita cinta corredora y todavía no hemos hecho lo que mas me gusta.

-¡Ay chico! Que gruñón eres -protesto mientras iba hacia un banco para coger los guantes que tenia que golpear- Sabes que no debo hacerlo. El medico me ha dicho que no fuerce la muñeca izquierda y se que tu me la vas a romper -me acuso.

-No te la voy a romper -dije mientras me quitaba la camiseta ya que me estorbaba- Pero....

-Enserio -me miro fijamente interrumpiéndome- Si no fuera porque soy hombre, quería rallar queso en ese cuerpazo que te gastas. ¡No se como lo haces si comes como un animal!

-¿Quieres dejar de mirarme? Sabes que no me gusta. Además...A penas tengo anatomía muscular.

-Que mentiroso eres -bromeo. 

-Ya que me has cortado antes -añadí haciendo caso omiso a su comentario mientras me ponía mis guantes- Me siento con una energía excesiva que necesito apagar de inmediato.

-Ya se a lo que te refieres -dijo mientras se ponía en posición- Ahora...¡Atácame!

Me crují los nudillos. Una mala costumbre que me había provocado la dislocación de algunos huesos y, poniéndome delante de Fran, le mire. El se mantenía recto y algo rígido ya que sabia que no le atacaría con fuerza pero tenia que hacerlo, aunque en el fondo supiera que le dolería. Me coloque en posición y lanzando mi primer derechazo a mi objetivo, el me la paro con la mano izquierda. Volví a repetir unas cuantas veces mas y el me incitaba a hacerlo mas fuerte. Lo hice a la inversa esta vez y volví a repetir la misma operación tres veces mas.

-Muy bien Leo -me dijo con una sacarona sonrisa- Ahora mírame -le mire- Con el pie derecho, intenta darme todo lo fuerte que puedas.

Doble mi pierna derecha y le intente golpear pero el me paro el golpe. Sin apartar mi vista de el, le volví a golpear otra vez pero volviendo a notar la goma en la planta del pie, plante el pie en el suelo tapizado de poliéster. Me di la vuelta y golpeando otra vez con los puños, sentí el corazón con un inquietante latido y la sangre recorrer cada palmo de mi. En ningún momento le podía perder de vista ya que, de la misma manera que yo le goleaba, el podría hacer lo mismo. Alce el pie izquierdo y al apuntarle en el estomago, le desastibilice golpeándole con fuerza.

-¡Arg! -se quejo Fran.

-Buen golpe -dijo una voz femenina a mi espalda.

Al darme la vuelta, descubri ante mi a un par de chicas. Una de ellas era alta, de pelo largo y rubio, de ojos claros, piel bronceada, vestida con unas mallas negras algo apretadas y un top rosado que cubria su pecho genoroso y la otra, bajita, de piel clara, ojos oscuros, pelo castaño y largo que estaba recogido por una coleta alta y unos pantalones holgados grises y una camiseta de tirantes violácea. Mientras Fran se componia por el golpe, yo directamente mire a la chica rubia.

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora