Bibliotecario

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El día amaneció completamente nublado. Bajo el cielo encapotado con nubes, me encontraba camino a mi mensual comprar para días especiales. Pase por la farmacia por algunos medicamentos y potito para bebes, ya que, a pesar de no tener hijos, me había aficionado al puré de frutas por el hijo de unos amigos mios. Seguí caminando y me adentre en un pequeño supermercado en donde el olor a fruta llenaban las fosas nasales. Pase por varios pasillos buscando únicamente comida basura, bebidas energéticas con sabor a pura mierda y pan. Con todo en la mano, me dirigí hacia la caja para pagarlo.

Escuchando a Michael Bublé de fondo en los micrófonos del supermercado, me encontré en el 4º lugar de la fila. La primera, era una mujer mayor que tenia un montón de productos pero en vez de darle el efectivo a la muchacha, que resoplaba, se puso a hablar con ella. El segundo era un chico adolescente que escuchaba su propia música con un compra sencilla. El tercero, era un hombre sorprendentemente alto y delgado, aunque solo pude verle la espalda. Yo me puse a resoplar igual ya que, si algunas personas no tenían prisa en hacer sus cosas, eso no significara que los demás no. Sonaba antipático decirlo, pero era un chico prudente hasta ciertas cosas. Cuando la mujer mayor pago y el adolescente la siguió casi de inmediato, me sentí sumamente aliviado. Quería llegar a mi casa para que comenzar con la dichosa rutina de la maldita semana.

El chico que tenia delante, a pesar de su altura, se movía con cierta elegancia. Examino unos pocos productos que había allí y volviendo a dejar una caja de regalices, comenzó a pagar todo aquello que tenia y, a pesar de que era una compra menuda, los productos eran un pelín caros porque era para las personas celiacas. Si, me había convertido en mi propia maruja.

-Disculpe señor -dijo la cajera- Le falta dinero.

-Lo siento señorita -dijo el chico sumamente alterado- Le prometo que cuando he salido de mi casa tenia el dinero para pagar eso -se rebusco en los bolsillos mientras señalaba una caja de colonia para niñas.

-Entonces no puede llevárselo. Le faltan 3'35€ -dijo ella- A menos que tenga nuestras tarjetas de descuento.

El chico, apresurado y agobiado a partes iguales, comenzó a rebuscarse en los bolsillos. Sus movimientos eran extraños y mientras mas pasaba el tiempo delante de esa chica, mas nervioso se ponía.

-Perdón... -le toque el hombro haciendo que el se asustara mientras se giraba. Al darse la vuelta, el corazón comenzó a latirme con fuerza.

De por si, yo era alto para los estándares normales, el me superaba. Llevaba un extraño atuendo de una camisa color vino con un chaleco gris, una gabardina con un curioso estampado floreado en uno de los laterales. Su piel parecía de porcelana blanca en los que varios mechones de su pelo negro caían ambos lados de la cara. También, pude apreciar que tenia un extraño mechón color miel. De largas pestañas y ojos grandes con un curioso color dorado que adornaba su rostro blanquecino. Debajo de sus ojos se teñía un color carmín mas propenso a la vergüenza que al calor.

-Podría ayudarle si no le importa -dije después de examinarle.

-N-No...Muchas gracias pero... -miro la colonia y se la dio a la mujer- No quiero molestar a nadie -miro a la cajera- Dejo la colonia.

-Como guste.

La chica le paso los productos por el lector de código y, mientras iban deslizándose por la cinta, el chico comenzó a guardarse los productos mientras que mi turno llego. La chica hizo el mismo proceso conmigo. Lo hacia de manera automática y, antes de pagar el correspondiente dinero, la mire.

-Oye -ella me miro- ¿Sabes donde se encuentra Eliot? -pregunte.

-¿El carnicero? -pregunto y yo afirme- Viene de tarde. ¿Desea algo?

El bibliotecario y el guardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora