Cuándo Leo se metió en el cuarto de baño, yo pude respirar un poco más tranquilo. No es que estuviera intranquilo pero, el mero echo de que estuvieramos tan cerca, me creaba una especie de hormigueo que no sabía hubicar.
Ladeando mi cabeza de lado a lado, fuí hacia mi armario y sacando de una bolsa amarilla una camisa azulona ancha, unos calzoncillos negros y unos pantalones grises para Leo, se lo dejé encima de la cama. También, saqué una camisa lisa vainilla y unos pantalones negros para poder cambiarme y ponerme cómodo. Comenzando a quitarme mi camisa, al pasarme la mano por el hombro, senti la pequeña cicatriz que todavía tenia en el hombro debido a los dientes de Leo. También, al pasarme otra vez la mano por el brazo, distinguí unas pequeñas líneas de arañazos que, durante este último mes, no se habían ido.
Luego, muy lentamente, me pasé las manos por la herida que Leo me había provocado en la nuca y aunque lo sentía rara, con un punzante dolor, caliente y como si tuviera un latido. Era como si estuviera viva y eso si que era raro. Me volví a pasar los dedor y un punzante dolor, recorrió mi columna vertebal. Como si me quemara.
-Que raro... -dije aunque seguía sintiendo ese extraño quemazón.
Ladeé la cabeza y quitandome la camisa, dejándola caer al suelo, me comencé a bajar los pantalones pero, antes de poder ponerme el pijama, la puerta del baño de abrió y salió Leo con la toalla enrrollada alrededor de la cintura y cara de no saber que había alguien más en el cuarto.
-El agua estaba de lujo. Gracias por dejarme...
Pero no pudo acabar la frase ya que ambos, en ese preciso instante, estabamos parcialmente desnudos. Vi que tragaba saliva y tapandose la cara como si estuviera viendo a una chica indefensa, alcé una ceja pero no comenté nada al respecto.
-Tú ropa está aquí.
-D-Dámela -extendió un brazo.
Se la dí y vistiendonos dándonos la espalda, fué el momento mas incómodo que pude pasar aunque no voy a engañar cuando, lo miré de reojo y a pesar de que se estaba poniendo los pantalones, me fijé en los contornos de su espalda cruelmente cicatricada y en los músculos como se contraian cada vez que se movían. Tragué saliva con violencia y terminando de ponerla la ropa, fuí hacia la puerta y sin darme la vuelta, dije:
-Cuando estés vestido, ven a la cocina.
-Está bien -dijo aunuque le noté algo nervioso.
Salí y vi que mi abuelo y mi hija estaban terminando de hacer la cena. Era una ensalada de rúcula, salmón, queso Chèvre, tomates cherri y aceitunas verdes. Aparte de eso, hicieron unos filetes de lomo a la plancha con una salsa picante.
-Que rico -dije acercandome a mi hija y ver que tenían entre manos.
-La idea fué de ella -dijo señalando a la ensalada- Aunque se a que a tú hermana no le hará gracia.
-Lo sé -sonreí- Es su queso favorito.
-¿Qué es eso que huele delicioso? -preguntó Leo saliendo de la habitación.
-La cena -dije mientras él se acercaba.
-¿Por qué no vais poniendo la mesa? -propuso mi abuelo.
-¿Y la tía? -preguntó la niña.
-Tiene una cena -dijo mi abuelo aunque sabía que había algo más dentrás de eso.
-Pues vamos a cenar, pues.
Con ayuda de Leo, pusimos la mesa para nosotros 4 y mientras él ayudaba a poner los utensilios, yo puse alguna silla demás. Mi abuelo puso la comida y mi hija, con todo el cuidado del mundo, puso los vasos de cristal.
ESTÁS LEYENDO
El bibliotecario y el guardián
Acak¿Creéis en el destino? ¿Pensáis que la sangre une algo mas que el destino? Eso es lo que pensaba Leo al encontrarse nuevamente con aquella persona que había jurado proteger pero, tenia un ligero problema. La luna es su peor enemiga. Des, es un bibli...