Después de finalizar la Segunda Guerra Mágica, Adhara Phoenix Black ya no siente tener motivos para quedarse en Londres y decide irse al pueblo más nublado de Estados Unidos junto con su fiel Kreacher, sin saber que ahí encontraría lo que tanto habí...
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Estaban otra vez en la habitación de Adhara, estaban ella y Ángela arreglando cada quien su baúl.
-¿A qué hora dijiste que iba a venir el profesor Lupin? -le preguntó cerrando su baúl y encogiéndolo.
-No creo que tarde en llegar.
Las dos chicas estaban muy cambiadas, ya no eran las niñas que habían visto al principio, eran un par de señoritas.
-¿Te ha llegado alguna carta de tu papá?
La azabache suspiró y negó con la cabeza.
-La última llegó hace dos semanas, dijo que estaba escondido en Morgana sabe dónde y me felicitaba por mi cumpleaños.
-Pronto todo se resolverá y tu papá estará libre, papá está buscando la forma de ayudarlo sin que lo afecte. A decir verdad, él nunca lo creyó culpable por el asesinato de los Potter.
-¿Por qué? -preguntó atenta y la de lentes se encogió de hombros.
-No sé muy bien, solo dijo que había algo raro en el caso de Sirius Black, algo de que, como tal, no tuvo un juicio como debió ser. Y si fuera cierto, mi papá no tiene pruebas para demostrarlo.
-¡Adhara! ¡Ángela! ¡Ya bajen, Remus ya llegó! -escucharon el grito del señor Tonks.
La imagen cambió y ahora estaban en un sendero, al frente iba el señor Weasley y delante de ellos iban los retoños Weasley, Harry, Adhara, Hermione y Ángela. Vieron a la ojigris subirse a la espalda de uno de los gemelos con la excusa de que ya estaba cansada.
-¿A dónde vamos? -preguntó Ron.
-Aún no lo sé. Solo no se separen. -respondió el señor Weasley.
A unos pocos metros, estaba un hombre con gafas de no muy avanzada edad y cargaba en su espalda una enorme mochila.
-¡Arthur! -exclamó el señor. -Ya era hora, hijo. Es tarde.
-Lo siento, Amos. -se disculpó el pelirrojo mayor. - A algunos se les pegó la sábana. -dijo mirando con reproche a Ron y a Adhara, quienes bostezaron sin culpa alguna para valer aquel reproche. -Niños, les presento a Amos Diggory, trabaja conmigo en el Ministerio.
Justo al decir eso un chico alto de cabello cobrizo saltó del árbol que estaba encima de ellos. Los Cullen soltaron exclamaciones sorprendidos.
-Es idéntico a Edward. -dijo Esme sorprendida.
-¿Eddie tuvo un hijo y no nos dijo?
Y era cierto, aquel chico era el vivo retrato de Edward Cullen.
-Tú debes ser su hijo, Cedric.
-Señor. -saludó estrechando su mano con la de él. -Ángela. -saludó a la Weber con una suave sonrisa.