65.

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Los tres mosqueteros.

—¿Qué vamos a hacer aquí?

Jud golpea impaciente su pie contra el piso, obsevando el gran portón frente a ella.

El seguro del auto suena al tiempo que Jason pasa por nuestro lado.

—¿Acaso ninguno contestará?

—Yo sé menos que tu —le susurro a la niña encogiendome de hombros.

Jason está frente a nosotros poniendo un código de seguridad en una pantallita a un lado del portón.

Un luz verde se prende y la alta pared frente a nosotros comienza a deslizarse a un lado dejando a la vista un largo camino de piedra en medio de un parque verdaderamente extenso. En el fondo se luce una casa con paredes negras y ventanas enormes, de tres pisos de alto.

—¿Y aquí quien vive? ¿Es la casa de ustedes? Creí que no vivían juntos. ¿Aquí nos quedaremos?

Judas ni siquiera espera una indicación, ella solo toma su bolso y se mete en la propiedad mientras pregunta cualquier cosa que cruce su mente.

Oigo a Jason suspirar cansado.

—El único momento en el que ella para de hablar es cuando duerme —suena realmente agotado lo cual me hace reír— Juro que recién la conozco y ya siento que estoy harto.

—A mi tampoco me has dicho que hacemos en un lugar como este. Ya era bastante raro conducir tan lejos pero ver un lugar así, tan lujoso creo que me preocupa.

—Es una sorpresa —chilla imitando una quinceañera.

El portón se cierra automático. Recién noto que la casa tiene en dos de sus esquinas torres de vigilancia.

¿Y este dónde mierda nos trajo?

La puerta principal se abre y de ella salen corriendo tres perros que parecen caballos. Puedo sentir el sudor frío correr por mi cuello cuando ellos comienzan a ladrar.

Doy un respingo cuando saltan sobre Jason y comienzan a saludarlo.

—Algunas cosas nunca cambian —se burla el imbécil, al ver cómo me ha temblado el culo al ver semejantes bestias.

Uno de los perros negros deja de prestarle atención a mi hermano y me observa fijamente mostrando sus dientes.

Poco me importa parecer un cobarde, estoy yendo hacia atrás en este momento.

—Jason... Jason sácalo —le llamó cagado.

El muy hijo de puta solo ríe al verme. El maldito demonio frente a mi parece estar a punto de saltarme.

—¿Cómo se llama? ¡Es precioso! —exclama Jud saltando sobre el perro asesino para comenzar a acariciarlo.

El muy bestia de mierda decide comportarse como un perro normal y festejar las caricias de la niña volviendome a ignorar.

—Huelen el miedo —susurra Jason en mi oido, llevándose un empujón de mi parte.

—¿No puedes atarlos?

—¡Jamás! —determina indignado caminando hacia la puerta de la casa.

El ruido de un agudo silbato nos aturde los oídos, de repente los perros se alejan y vuelven dentro de la casa.

Jud y yo caminamos confundidos siguiéndole el paso a Jason. Al entrar al lugar un riquísimo  aroma a limón inunda mi nariz.

La sala es tan amplia como mi hogar entero, pisos de madera oscura y muebles también negros, está todo perfectamente limpio y ordenado. Puedo notar desde aquí dentro que los ventanales dejan una vista perfecta de todo el terreno exterior mientras que de afuera casi ni se puede distinguir la parte interna.

El color de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora