6.

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El chico del aeropuerto.

—Nuestro vuelo sale mañana a las seis y cuarenta y cinco —informó el padre de Jade— Jade no podra despedirnos, no tiene como volver.

La niña se quejó.

—Pero—

—Nada de peros —interrumpió su madre—, te quedarás en la casa de Elizabeth y no se habla más del tema.

Jade asintió cabizbaja y no pude evitar notar como tembló su labio inferior.

—Yo puedo ir por ella.

Observé por el rabillo del ojo a Jade quien alzó la vista de golpe y me miró curiosa.

—¿Harías eso? —la madre de Jade me miró con ternura.

Nunca supe de donde venía tanta dulzura y admiración de la vecina hacia mi. Es bastante raro pero nunca me interese demasiado.

—Por supuesto, Clara.

—Entonces haremos eso —me habló Edward— llevamos a Jade con nosotros en el auto y tu la traes devuelta.

Miré a la niña, se encontraba absorta en sus pensamientos.

—¿Estás de acuerdo, pequeña? —le pregunté. Ella giró su cabeza hacia mi y me miró dudosa.

Sus ojos cambiaron la dirección hacia sus padres quienes la miraban ansiosos esperando su respuesta.

—Si.

                                   ●

—James...

Una mano tiró de mi hombro. Me moví incómodo en la cama sin abrir mis ojos.

—James... —volvieron a insistir.

Me quejé intentando que esa voz se callara y así poder conciliar de vuelta el sueño pero fue imposible.

—¡Hijo, despierta! —sacudió mi brazo con fuerza.

Abrí los ojos con pesadez y miré el reloj que llevaba en mi muñeca.

—Son las nueve de la noche —se adelantó mi madre antes de que mi visión se aclarara y pudiera distinguir los números de mi reloj.

Me frote los ojos con mis manos y me senté sobre mi cama para poder verla mejor, llevaba el uniforme de enfermera.

—Iré al hospital, mi turno ya casi comienza. Tdeje lista la cena.

—Gracias —bostece.

—Date una ducha y limpia tu cuarto que aquí huele a encierro —tapó su nariz haciendo una mueca rara con sus labios.

Asentí observando a mi alrededor, tenía razón, era un asco. No había terminado de desempacar mis cosas y tampoco había guardado todo en su lugar.

—Como ordene su majestad.

—James, ya no es como antes, tienes veinte años ahora —me regaño—. Además, recuerda que tendremos invitados.

Sonreí para mis adentros recordando que en unas horas Jade estaría viviendo bajo el mismo techo que yo.

—He limpiado el cuarto de huéspedes y cambie las sábanas de la cama. Su maleta y sus cosas ya están ahí. Espero que te comportes con ella.

—¿Por qué no lo haría?

—Sabes a lo que me refiero.

—La verdad es que no. —me hice el tonto.

—Sólo es una niña, James —dijo sería.

El color de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora