La cena.
Un ruido en la planta baja fue el culpable de que despertará, abrí mis ojos lentamente chocando con la luz que entraba por la gran puerta de vidrio de mi balcón.
—¡Jade, pequeña, baja! ¡El desayuno está listo!—Gritó mi padre desde abajo.
—¡Ya voy papá!
Me pare de mi cama a duras penas y miré el reloj rosa que había sobre la cómoda, 09:16 AM marcaba la pequeña cosa odiable, ¿Por qué no puedo ser como cualquier otra adolescente de quince años? Hacer cosas como levantarme a la hora que yo quiera, no hacer mi tarea, tener amigos, salir los fines de semana, enamorarme de un chico, contestarle a mamá o siquiera tener un celular el cual mi madre no tenga derecho de revisar, supongo que envidio esas chicas que tienen su espacio.
Miré a mi alrededor, mi cuarto era enorme y tenía millones de cosas, papá y mamá podrán comprarme todo lo que crean que me hará feliz, pero lo único que quiero no se compra con dinero y mi libertad.
—Buen día princesa —saludo papá cuando pasé por la puerta de la cocina.
—Buen día —bese su mejilla.
—¿Es que acaso no tienes un baño en tu habitación? —dijo mi madre mirándome con reprobación—, no lavaste tu cara, no cepillaste tu cabello, ni te has vestido Jade ¿Esas te parecen formas de presentarte a desayunar?
Ella me miraba chispeando del enojo.
Ni siquiera fue capaz de decirme buen día.—Siéntate —ordenó cuando quede estática en mi lugar—, esta vez pasará porque el desayuno ya está listo. Pero no habrá próxima.
Asentí mirando mis manos, mamá decía que cuando ella me regañara mirara hacia abajo. Las mujeres tienen que ser sumisas repite siempre, lo cual es irónico porque no veía nada de sumiso en ella.
Me senté en la mesa y mamá puso un plato con tostadas y galletas sin azúcar delante mío, además de un café.
Acostumbraba a desayunar así, gracias a que en nuestra casa no hay una pizca de azúcar, gracias a mi madre, claro, dice que da caries y engorda. Suena horrible aceptar jamás haber probado una barra de chocolate, pero no puedes extrañar algo que nunca tuviste.—Come.
Hice caso a mi madre y llevé la taza de café a mis labios.
Desayunamos en completo silencio. Mi padre no decía nada por la forma en la que ella me trataba, sólo optaba por leer su periódico o cualquier cosa que le de la oportunidad de hacerse el desentendido.
Luego de terminar ayude a mi madre a recoger y limpiar la mesa, y subí a mi habitación. Hice mi cama, abrí las puertas y cortinas de mi balcón recordando que a mi madre no le gusta ver mi cuarto desordenado y oscuro. Quería evitar sus regaños.
Aspiré el cálido aire mañanero y luego giré para tomar la mi bata del placard.
Después de media hora salí del baño con la bata puesta y el cabello mojado. Saqué ropa interior del cajón y la tiré sobre la cama, justo al lado de la ropa que me pondría.
Tomé una toalla del baño y comencé a secarme el cabello delante del redondo espejo de mi habitación.
El sentimiento de que alguien me veía me invadió. Miré a mi alrededor perseguida pero definitivamente estoy sola.
Como acto de reflejo mis ojos chocaron con las puertas abiertas del gran balcón, me acerqué a cerrar las cortinas y de pronto sentí mi corazón a mil por hora.
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El color de la inocencia
RandomJames ni siquiera tenía pensado que volver a casa de su madre le traería consigo una responsabilidad semejante como vigilar a la tímida hija de sus vecinos. Ni tampoco que eso traería más complicaciones en su enredada cabeza. Jade tampoco imaginó qu...