31.

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Tortolitos.

–unos días antes del regreso de Jade–

Solté un ronco gruñido cuando mi cabeza golpeo bruscamente contra la ventana de la camioneta.
Miré con odio a Jason, quién reía orgulloso de tomar una calle con demasiados pozos.

—Es imposible no molestarte, Jamie —ladeó una sonrisa mirándome por el espejo retrovisor.

Evite contestarle, ya no lo soportaba. Unas semanas con Jason y Jordan bastaba para no querer volvernos a ver por años y estar bien con eso.

Saqué de mi bolsillo derecho mis auriculares y los conecte a mi móvil para evitar oír los comentarios imbéciles de Jason.

Jordan se había portado demasiado inteligente quedandose en la playa por "negocios" y enviando a su molesto hermano conmigo de vuelta. Sólo fue una manera de librarse de nosotros, supongo...

Elegí de mi playlist una canción. Lo único que puede decirse que conserve de mi padre es el gusto musical.

Tiré mi cabeza hacia atrás cuando la melodía comenzó a sonar, cerré mis ojos relajándome, quedaban unos cuantos metros para llegar al destino que tenía Jason y no tenía ganas de pasar el resto del viaje tenso, soportandolo.

Paul Anka comenzó a cantar al ritmo de Put your head on my shoulder y no pude evitar acordarme de Jade
Algunos recuerdos fugaces de ella observandome, abrazándome y hasta besándome, cruzaron por mi cabeza.

Maldita sea. Me volví una niña de catorce años. ¡Hasta me cosquilleos el puto estómago acordarme de ella!

Como se comporta conmigo, como me mira... como si sintiera algo por mi y no hablo de enojo o decepción como me miran las demás personas es algo más... algo lindo...

Jason dió un brinco observandome exaltado cuando golpee con el costado de mi puño la puerta del auto en un acto de reflejo.
Él no dijo nada y siguió manejando, no le interesan mis asuntos y a mi no me interesa que pregunte por ellos.

Es inútil dedicarle tiempo de mis pensamientos a Jade, tengo cosas más importantes con las que lidiar que estar enredado con una niña.

Tengo un humor de perros de la última vez que la vi. Es como una peste lo que siento.
No sé que es lo que me pasa. Estoy frustrado, enojado, me cuesta dormir, ¡me siento furioso!

No solo por recordar la cara del imbécil que me saco de su casa con satisfacción después de que la niña le dió la razón. Si no también por recordarla cada maldito segundo.

Maldita niña.

Primero me teme, luego me besa, me rechaza, me cuida, duerme junto a mi, me abraza... y luego...

¡Me pide que me vaya!
Sólo porque aparece ese puberto que cree saber que está bien y que está mal ¡y ni siquiera me deja despedirme!

Joder... ni siquiera me tendría que importar...

Cerré la aplicacion con fastidio y busqué un jueguito en mi móvil que me hiciera mantener mi mente ocupada. Pasaron alrededor de veinte minutos cuando Jason tiró algo a mi cabeza para que le prestara atención.

—¿Qué? —quité mis auriculares con fastidio.

—Tu carroza te trajo a tu destino —señaló con su cabeza hacia afuera. No había notado que el auto se había detenido.

Observé hacia donde me decía Jason y arquee mis cejas.

—Dijiste que me conseguirían un departamento —bufé.

El color de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora