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Sarah tembló mientras se enfriaba la fina capa de sudor que le cubría la espalda. Después de ejercitarse sentía que tenía la mente más fría. Se desplomó en el sueldo, cansada de muchas cosas. Parecía que el caos sería parte recurrente en su vida.

Pensó en Helen, y en su inigualable carácter. Nunca encontraría una mujer como ella. Era única en su tipo. Había corrido mucho riesgo al haberse enamorado de ella, pero de nada sirvió haber jugado sus mejores cartas. Quizá no habían dañado su corazón, había daño otro aún más que el de ella.

Lex nunca la había necesitado tanto en el ámbito sexual, ni de un modo romántico sensual. Patricia había sido exigente, pero siempre controlada. Sarah solo era un negocio nada más.

Hasta ahora, no había conocido a nadie más. Tal vez una aventura de una noche, pero una noche no se conocía a alguien. Hasta que Helen la puso casi al borde de las lágrimas. Quería concentrarse en Helen de forma inconsciente, pero el recuerdo de Lex se interponía.

¿Cómo podía evitar pensar en ella? ¿Hizo mal en compararlas? Lex y ella habían ido construyendo la comunicación sexual poco a poco, buscando la una en la otras las necesidades que configuraban su pasión. Tardaron varios años en conseguir una vida sexual asombrosamente poderosa, pero muy diferente de lo que sintió por Helen. Amaba que su olor sé que quedara cubriendo la cama.

Temía haber ido demasiado lejos y demasiado rápido, pero Helen la había sorprendido, obligándola a meterse en ella, pidiéndole cada vez más hasta hacerla dudar de poder seguirla. Hasta que por fin la perdió.

Sarah quiso decirle que no era una amante muy experta y que tenía unas sensaciones totalmente nuevas. Y que estaba asustada. ¿Debió decirle a Helen que deseaba hundir el rostro entre sus muslos y quedarse allí, que deseaba como una loca que los dedos de Helen la penetraran, que estaba dispuesta a cederle todo el poder del mismo modo que Helen se lo había cedido a ella? Era demasiado pronto en aquel momento, era un salto demasiado largo, que le aterraba.

El temor la obligó a ser cauta e intentó protegerse. El tiró... le salió por la culata.

«¿Cuál es el color que más te gusta? – Sarah tiró suavemente del lóbulo de la oreja de Helen y memorizó el tono rosa pálido. Helen se despertó bajo la luz del sol matinal y se volvió para mirar a Sarah»

«El color de las flores de las buganvilias. – Sonrió con picardía. - ¿Y a ti cuál es el libro que más te gusta?»

«Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë. ¿Cuál es tu plato favorito?»

«Los chiles rellenos con carne de cerdo. ¿Y cuál es la música que más te gusta»

«Un poco de todo, pero la canción que no dejó de escuchar aún hoy es Clair de Lune de Debussy».

«¿Ah, sí? – Helen ahuecó la almohada y sonrió -. A mí también».

Intercambiaron opiniones sobre sus respectivos gustos mientras Sarah pensaba en la mezcla de sentimientos que estaban aflorando en su ser. Después de charles y de reír durante unas horas, Sarah se sintió más gusto con Helen que en ninguna otra situación.

El ruido de un portazo en el piso de abajo rompió el hechizo del recuerdo en el que estaba.

Sarah bajo a la planta baja encontrándose con Cristina.

-Me siento un poco mejor que el domingo pasado – murmuró Sarah, miró el reloj que ya era un poco tarde.

-No quiero estar en casa – dijo Cristina ¿Puedo quedarme aquí?

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora