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Sarah pasó por la recepción y con un saludo de cabeza dirigido a Brenda, se encaminó hasta el despacho de su socio. La puerta de Alfredo estaba entreabierta, así que asomó y lo encontró encorvado sobre el teclado.

-¡Eh, jefe! ¿Qué pasa? – él gruñó y continuó tecleando. Después levanto la cabeza.

-Esta mañana ha llegado éste por fax – agitó un pedazo de papel en dirección a ella, de modo que no tuvo más remedio que agarrarlo.

-Vaya, esto parece un ultimátum.

-Podrá ser, pero tengo un buen presentimiento sobre éste.

Sarah contuvo un suspiro de exasperación. Alfredo podía ser un tanto desesperante... Si discutía con él, nunca miraría a los demás. Echó una ojeada al informe que tenían en la mano. No era tan malo como perecía.

Dejó el documento al lado del montón de currículum que ella, hace unos cuantos días, había preparado para él. Entonces algo que le llamó la atención, tomó en sus manos la hoja de vida de Helen Ebbot.

-¿Advance? Alfredo, creía que habías dicho que nunca contrataríamos a nadie que viniera de esa casa de fascismo informático.

- ¡Aja! - masculló – Te ha dado curiosidad la nueva empleada, ¿verdad? – ella solo lo observó – no te angusties, vendrá dentro de un rato. Además, esta fascista abandonó el barco.

-¿Después de cuánto? ¿De cuatro años? La verdad es que me cuesta creer que, después de tanto tiempo, sea por motivos ideológicos...

-Vamos, como te dije antes. Tengo un presentimiento – repitió él y después le lanzó una de aquellas sonrisas que a ella le daban estrés. Esa bendita sonrisa que venía a decir: «Yo ya estoy decidido y si continuamos discutiendo será sólo por seguirte la corriente».

-No hagas eso, sé muy bien que ni si quiera miraste los primeros seis primeros candidatos de la pila. Todos podían transmitir un buen presentimiento, pero sólo tú entiendes tu sexto sentido. Hoy en la reunión también la evaluaré y te daré una segunda opinión.

-Bueno, te doy la potestad para que lo hagas – prometió él.

-Bendito seas, no me hagas parecer demente. ¿Qué ocurriría sí Sarah toma el control? – él continuaba sonriendo – no me trates de dar una lección.

Él volvió a sonreír y Sarah apenas puedo contenerse para no dar una patada en el suelo. Alfredo tenía facilidad para sacar de ella la niña que llevaba dentro, el malcriado. Sonriendo con toda la dulzura de que era capaz volvió a dejar el currículum de Ebbot sobre el escritorio.

-Nos vemos dentro de una hora – le dijo.

­-¿con taza de café? – ella lo despidió con la mano y salió su despacho.

Cualquier otro la hubiera despedido por aquel berrinche y ella lo sabía, pero Sarah no era exactamente una empleada. Decidieron a suertes quién sería el presidente y quién el vicepresidente, y ella había perdido. Entonces Alfredo quiso que fuera al mejor de tres, pero volvió a ganar. Al mejor de cinco y, tres cervezas más tarde. Alfredo seguía siendo el ganador. Él no quería ocupar aquel cargo, pero el destino era el destino, aunque ella no creyera en ello, pero así lo habían decidido. La mayor parte del tiempo no actuaba como jefe: estaba demasiado ocupado revisando la programación para preocuparse por los detalles del funcionamiento del resto de la empresa.

¿Por qué? ¿Por qué no se había puesto manos a la obra y había contratado ella misma a la nueva programadora? Mientras pasaba por delante de la que sería la oficina de Helen Ebbot, vio que Brenda ya había limpiado el escritorio desocupado desde hacía caso dos años por el último interinato que tuvieron. Un sujeto que se encargaba de los envíos en físico, pero las ventas on-line de software había eliminado la necesidad de hacer envíos, pero, de acuerdo con la filosofía de la empresa, no se había prescindido del personal. Habían instalado un ordenador nuevo y Brenda había colocado una taza de Jiboad cerca del teléfono.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora