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Sarah se despertó a la seis. Estaba cansada y le dolía la cabeza. Se removió en la cama, y sintió la presencia de otra persona en la cama. Su cuerpo reacciono inmediatamente, nublado por el deseo y la pasión, que sintió las noches anteriores con Helen. Se dio la vuelta esperando encontrarse con el apacible rostro de Helen.

Se sorprendió a encontrarse con Emily. La miró, seguía durmiendo. Se llevó una decepción que ella misma se había buscado. Se deslizó fuera de la cama sigilosamente y fue al piso de abajo. Se preparó un café y se sentó mirando el jardín a través de los enormes ventanales.

Caía una fina llovizna y el alba estaba empezando a surgir. La lluvía caía lentamente, como si prolongara su existencia para brindarle un poco de paz.

Sarah buscó en el cajón de la alacena, y sacó del paquete un cigarrillo. Lo encendió y contempló las volutas de humo gris azulado que subían en círculos, mientras se bebía un café bien cargado.

En cuanto abrió los ojos aquella mañana, su primer pensamiento había sido para Helen. Se sentía frustrada y furiosa consigo misma. Había intentado todo para evitar que Helen se convirtiera en una obsesión, excepto, por supuesto, dejar absolutamente de verse: eso sería imposible.

También era culpa de Helen, se indignó en silencio. ¿Por qué no se había conformado con un «no» como toda una respuesta sensata? No tenía ninguna necesidad de complicarse la vida.

Sarah se sentía abrumada por la culpa: estaba traicionado la confianza de Helen y se saldría con la suya, solo porque Helen era demasiado dulce y demasiado inocente para pensar que ella seguía viéndose con Emily. Pero, por muchas vueltas que le daba a la situación, no se le ocurría otra solución. El hecho era que, a pesar de sus miedos, le encantaba tener a Helen. Únicamente tendría que esforzarme más para dar a esa atracción su justo valor.

Era la primera amante de verdad de Helen y Helen lo estaba disfrutando, y eso era lo que contaba. Por ahora, pero a su debido tiempo, seguiría su camino y Sarah estaba decidida a que, cuando llegara ese momento, pudiera seguir con su vida tal cual, como antes.

«Gracias a Dios, existe Emily» pensó Sarah; sin ella, sí que tendría un problema.

Otro pensamiento le rondaba por la cabeza, pero no tenía ganas de considerarlo en aquel momento; tanto la mañana del sábado como la del domingo, se había despertado con Helen a su lado y se sintió de maravilla. Esa mañana se había despertado sintiéndose desolada. No quiso darle más vuelta al asunto, así que lo ignoró.

Oyó que Emily entraba en el baño y se daba una ducha; preparó más café y dirigió sus pensamientos a la presentación que tenía que hacer ese día en la oficina. En seguida Emily bajó las escaleras, lista para trabajar, ya que vestía con la muda limpia que había llevado.

-Buenos días, preciosa. – Pasó sus brazos alrededor de Sarah y la besó.

Sarah la abrazó estrechamente y le devolvió el beso. La noche anterior, antes de verse invadida por la tristeza, había sido maravillosa. Ojalá Emily hubiera olvidado sus resistencias iniciales.

-Te he preparado café – dijo, tendiéndole una taza -. ¿Cuándo nos volveremos a ver?

-Bueno, me ha sabido mal que estuviera levantada cuando me he despertado – dijo Emily insinuantemente – porque tenía prevista una emboscada matinal.

-¿Ah, sí? – se burló Sarah.

-Te dije hace algún tiempo que había pensado irme quince días de vacaciones a República Dominicana, y me voy mañana – dijo Emily.

Es verdad – murmuró Sarah, al recordarlo.

Emily bebió un poco de café.

-Voy a echarte de menos, amor, aunque tú probablemente no me eches de menos a mí. – dijo con sarcasmo –. Estoy segura de que estarás muy ocupada con tu nueva novia – y le dirigió una sonrisa irónica.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora