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Sarah se despertó sobresaltada. Se sentó y se llevó las manos al rostro. Tenía los párpados pegados y sabor horrible en la boca. Podía oír a Patsy Pat moviendo los utensilios de la cocina, al parecer muy lejos de su vista.

Como no quería ni verla ni mucho menos hablar con ella, se levantó del sofá y se dirigió a las escaleras a toda velocidad permitida por sus adormecidas piernas.

Entró al baño y cerró la puerta a su espalda, se miró al espejo para evaluar los daños. No tenía para nada un buen aspecto, manchas en la cara y su mentón estaba babeando. Agradeció a cualquier entidad superior al ser humano, por haber alguien que inventó en maquillaje.

«Eternamente agradecida» Susurró para sí.

Cuando buscaba el enjuague bucal en el armario arriba del lavabo, vio el reloj que había en la pared: eran las ocho y media.

Recordó de golpe que aún era martes y que esa mañana ella y su socio, Alfredo, tenían que llevar a cabo una presentación de la primera prueba del software prototipo, en el que estaban trabajando junto con Publicubo. Se le aceleró el pulso, se sintió aterrorizada y desorientada. «¿Cómo rayos voy hacerlo Meditó.

La cabeza le martilleaba y ni siquiera podía pensar con claridad. Se consoló un poco pensando que el encuentro no era hasta las once. Gracias a Dios, así tendría algún tiempo para organizarse. Se enjuagó la boca hasta que le dolió. Luego atacó los dientes vigorosamente con el cepillo.

Abrió el grifo de la ducha y oyó con alivio cómo se cerraba la puerta de la calle y se alejaba el ruido de un motor de un carro en movimiento. Ahora que Patsy Pat se había ido, se podría tranquilizar un poco, pero tenía que darse prisa. Aquel negocio sería el elemento perfecto para llamar la atención de otras empresas, para la venta del software informático. La verdad, es que era una organización nueva, pero que de algún modo estaba resultando altamente rentable.

El contacto con el agua fría hizo que empezara a sentirse casi humana de nuevo. No era el momento de profundizar en los sucesos de la noche anterior, necesitaba concentrarse al máximo en todo el trabajo que tenía que hacer durante el día. Meditó entonces que la ayuda Publicubo era indispensable, pero su contrató con ellos terminaría muy pronto. Ya había hablado con su socio respectó a eso, pero no habían llegado a ningún acuerdo, quizá solo a un convenio, donde ella haría la entrevista para los nuevos postulantes.

En el vestidor, escogió la ropa para la presentación de esa mañana. Eligió un traje de lino color crudo que combinaba con una falda ajustada, unos dedos por encima de la rodilla, con una chaqueta lisa de líneas amplias. Abrochó los botones suficientes para no tener que llevar camisa debajo. Le quedaba bien en contraste con la piel morena. Se puso una sencilla cadena de oro alrededor del cuello y unos pendientes pequeños, también de oro. Con las medias puestas, deslizó los pies en unos zapatos de salón negros, de tacón alto y se dirigió hacia el espejo para examinar el resultado. A parte del maquillaje, que podía esperar hasta que llegara a la oficina, tenía un aspecto presentable. Se pasó las manos por el cabello, corto y oscuro, y suspiró cansada. Le esperaba un día lleno de retos y tendría que esforzarse para superarlos.

Se puso el reloj y los anillos que siempre llevaba. Se dirigió al piso de abajo. Mientras se tomaba un par de analgésicos con el café, pensó en lo afortunada que era en poder contar con un socio como lo era Alfredo. En un día como ese, en el que no se sentía precisamente dinámica, sabía que podía confiar en él para que supliera sus deficiencias y la ayudara a mantener el buen humor.

Mientras cerraba la puerta principal de la casa,  se dirigió hacia el garaje donde estaba su viejo BMW, conservado con el máximo cuidado, había sido un regalo demasiado apreciado para ella.  Fue entonces que reecordó con una sonrisa algo que Alfredo le decía a menudo: Lo que yo te diga socio: tu aspecto despampanante es lo que hace que nos ganemos a los clientes, no nuestro talento. Al final, es lo único que les importa a esos desgraciados. Sin ti, estaría perdido. Dios sabe que soy más feo que un pecado.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora