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Helen Ebbot corrió la silla hacía atrás y fue a poner más café de la cafetera que estaba sobre la hornilla. Amelia encendió otro cigarrillo y echó el humo. Amelia se maldijo por dentro.

-Todo parece tan increíble – replicó ella, levanto un dedo -. Tan solo en el siglo XX, han quedo sin resolver un centenar de asesinatos y crímenes de guerra. Y dentro de ese centenar, entra decenas de mujeres desaparecidas. Aquel catedrático de criminología, Olivia, explicó una vez en la tele, en el programa de Noticias Diezvision, que seguramente hemos tenido más de lo que se han descubierto.

Amelia asintió. Helen levantó otro dedo.

-Pero no es casualidad que estos hechos tengan una conexión. Parece que ningún investigador policial ha interpretado estas conexiones partiendo de las similitudes que comparten. Todos los crímenes tuvieron lugar muy seguidos uno del otro.

El tercer dedo.

-No siguen una lógica aparente. No tiene una ninguna firma sobre su modo operandi. Sin embargo, hay varias cosas que nos dan una idea. Son mujeres jóvenes solas y poco relevantes. No hay cuerpo, ni amenaza de extorción.

Amelia asintió. La miró de reojo. Con su delgado cuerpo, la camisa de tirantes negra, los tatuajes y las marcar en su cuello, Helen Ebbot desentonaba en esa casa. Durante los primeros días, cuando Amelía intentó ser amable, ella apenas si le había contestado con monosílabos. Sin embargo, cuando se ponía a trabajar lo hacía como una verdadera profesional. Su casa era un caos, pero Amelia concluyó que se trataba de una chica dotaba de una mente extremadamente ordenada. «¡Qué curioso!».

-Es difícil ver la relación existente entre una prostituta y la mujer que iba a la universidad. A no ser que nos hayamos saltado una pista.

-La cual nos lleva a la siguiente pregunta – comentó Helen.

-¿Cómo diablos se relaciona todo estos casos con el Grupo Raíz? Una multinacional sin registro de crímenes organizados

-Sólo existe una explicación – Puntualizó Helen.

Amelia volvió a asentir con la cabeza.

-Tiene que haber un vínculo con el gobierno.

***

A las once de la noche llevaban ya tanto tiempo devanándose los sesos con aquella seria de acontecimientos, analizando posibles conexiones y extraño detalles, que a Amelia le empezó a dar vueltas la cabeza. Se frotó los ojos y se estiró; acto seguido le preguntó a Helen si quería dar un paseo. Ella puso una cara extraña, como si considerara que ese tipo de actividades eran una pérdida de tiempo, pero, tras un brece momento de reflexión, asintió. Amelia le sugirió que se pusiera unos pantalones largos para protegerse de los zancudos.

Caminaron por el parque; luego pasearon cerca de quiosco. Al pasar por delante decidieron sentarse adentro. Amelia sacó un cigarrillo a medias.

-Hay otra conexión entre las víctimas – soltó Amelia de buenas a primeras – A lo mejor ya has pensado en ello.

-¿Cuál?

-Max

Helen Ebbot reflexionó un instante. Luego negó con la cabeza, dando a entender que no lo entendía.

-El caso de Maximiliano Palacios, el presentador de televisión de los años 90, que fue juzgado por traficó de menores hace unos años. Tenía un vinculo de amistad con un empresario poco conocido... un hombre llamado Joaquín Enmanuel Ramos. Este hombre fungió como asesor de la campaña política de Eues. – le aclaró ella.

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