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«¡Me las he arreglado sola desde que tenía diez años, maldito hijo de puta!». Helen estaba furiosa. No necesitaba de un niñero, pero su hermana insistía en lo contrario.

Y ahí se encontraba, bajo la mirada acusadora de Arístides Irraheta, el prometido de su hermana. Quien diría que al final Julia terminaría comprometida en menos de seis meses.

-Socialmente funcionas lo bastante bien como para que no sea necesario que Julia este pendiente de ti, pero la sociedad tiene una responsabilidad para contigo, y yo me encargare que se haga cumplir – dijo toscamente Arístides. El muy idiota era Sargento en la policía nacional.

Le hizo un meticuloso interrogatorio sobre su trabajo en Advance Security. Ella mintió instintivamente y le dio una descripción de sus primeras semanas en la empresa. El Sargento Irraheta, por tanto, tuvo la impresión de que preparaba el café y distribuía el correo, unas actividades apropiadas para alguien con tan pocas cualidades. Pareció satisfecho con las respuestas.

Helen no sabía por qué había mentido, pero estaba convencida de que se trataba de una decisión inteligente. Si el Sargento Irraheta hubiera figurado en una lista de insectos en peligro de extinción, ella, sin dudarlo ni un momento, lo habría pisado con la suela de su zapato. «¡Maldito!». Pensó.

***

Tenía en el auricular la voz de Enrique Araujo. Estaba convencido de que Alejandra Nerio había sido asesinada y de que algún modo, el caso se veía que había obtenido el asesino una colaboración con otra persona, era personal, además de nombre de José Manrique Recinos no era el único sospechoso.

Su razonamiento se basaba en el hecho de que ella desapareciera durante aquellas dramáticas horas, además de que era un lugar estratégico. La Orden de Malta no era simple calle, todas las hipótesis apuntaban a un asesinato. La desaparición de una joven.

Enrique tenía razón en que, si se trataba de resolver el misterio de un crimen, la misión era un auténtico disparate. En cambio, Helen Ebbot empezaba a comprender que el destino de Alejandra Nerio había ejercido una influencia determinante en su familia, sobre todo a su hermano Saúl. Llevase razón o no, la acusación, tenía una gran importancia en la historia en la vida de los integrantes de la familia Nerio.

A las nueve de la mañana de un miércoles unos golpes en la puerta despertaron a Helen. Su hermana había olvidado unos folios importantes que su imbécil prometido no pudo llevarse. Parecía un mañana tranquila. A las once ya estaba al frente del computador, aunque se sentía discapacitada profesionalmente. Sin embargo, su celular seguía en silencio. Sarah llevaba una semana sin contestar a sus llamadas. Debía estar muy enojada o ya solo era parte de la indiferencia. Ella también empezó a portarse como una imbécil y se negó a telefonear a la oficina; si la llamaba al celular, ella podía ver que se trataba de una llamada suya y, por lo tanto, decidiría no atenderlo. Y, a la vista de los resultados, era obvio que no quería.

De todos modos, abrió su correo electrónico y repasó los correos que había recibido durante la última semana.

Escribió un breve texto a Sarah:

«Hola, Sarah. Imagino que, dado que no me devuelves las llamadas, ésta tan enfada conmigo. Solo quería avisarte de que tengo correo electrónico y podrás contactarme en cualquier momento, bueno si así lo deseas. Yo estaría encantada si lo hicieras».

A la hora de comer, metió su laptop en la bolsa y fue a un café cercano, donde se instaló en su mesa habitual del rincón. Cuando Vilma, su amiga, le sirvió el café y un par de sándwiches, miró el ordenador llena de curiosidad y le preguntó en qué estaba trabajando. Helen usó por primera vez su cover story y le explicó que era una investigación de campo para la universidad. Se intercambiaron cumplidos. Y Vilma lo instó a recurrir a ella para las historia verdaderamente interesantes y suculentas.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora