48

259 23 0
                                    

Helen miró a Amelia y dijo:

-Quizá lo que necesitamos para que no manden a silenciar a Hass es una cortina de humo.

-¿De que estas hablando?

-Si la mafia que está detrás de Hass, tiene tanta influencia, entonces no querrá que sus intereses esten o sean comprometidos. Se van deshacer de él.

- Seguramente lo van a proteger.

-Posiblemente, pero, sería más conveniente sí hay una noticia que aleje el escudriño del ojo público.

.¿Que clase de noticia sería esa?

-Maltrata a su mujer.

-Tienes pruebas.

-Muchas

***

Durante la semana siguiente, Amelia y Helen consagraron todo su tiempo al caso de Karla, desde la primera hora de la mañana hasta la última de la noche. Ebbot seguía leyendo los informes de la investigación y lanzaba una pregunta tras otras; Amelia intentaba contestarlas. Sólo existía una verdad y cualquier respuesta vaga o ambigua los conducía a una discusión profunda. Dedicaron un día entero a examinar los horarios de todos los implicados mientras tuvo el lugar aquella inauguración.

Helen Ebbot era una persona contradictoria. A pesar que su vida era un completo caos, el trabajo era otra cosa. A simple viste, Ebbot sólo hojeaba los textos de la investigación, siempre parecía fijarse en los detalles más oscuros y ambiguos. Por las tardes, cuando el calor hacía insoportable la estancia en el jardín, se tomaban algún descanso.

Amelía salía a correr cada noche. Helen no comentaba nada al respecto cuando volvía jadeando a la casa. Correr atravesando toda la avenida, al parecer, era su idea de diversión veraniega.

-Casi llegó a los cuarenta – le dijo Amelia – Tengo que hacer ejercicio; sí no, echaré una barriga tremenda.

-Muy bien.

-¿Tú no practicas nada?

-A veces boxeaba.

-¿Boxeo?

-Sí, ya sabes, con guantes.

Amelia se metió en la ducha intentando imaginarse a Helen en el cuadrilátero. Igual le estaba tomando el pelo. Bastaba con hacerle una pregunta:

-¿Y en qué categoría de peso boxeabas?

-En ninguna. Deje de hacerlo

-Algún motivo...

-Me arrestaron

«¿Por qué no me sorprende?», pensó Amelia. Pero constató que, por lo menos, le había contado algo sobre sí misma. Seguía sin saber prácticamente nada de ella, cómo había empezado a trabajar para Araujo, qué formación tenía o a qué dedicaban sus padres. En cuanto intentaba averiguar datos de su vida privada, se cerraba como una ostra y contestaba con monosílabos o la ignoraba por completo.

Una tarde, Helen dejó súbitamente de lado una de las carpetas y miró a Amelia, frunciendo el ceño.

-¿Qué sabes de Nelson Barrientos, el pastor?

-Poco. Sólo sé que a principios de los años 90 se convirtió en pastor general, «Iglesia Hombres sometidos por la gracia de Israel por una vida justa». Sé que ahora vivé en San Pedro Sula.

-¿De dónde era?

-De aquí

-¿Era soltero?

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora