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Sarah cerró de un golpe la puerta detrás de ella. Alfredo acababa de decirle que Helen aún no había llamado, pero la florista lo había hecho. El gerente quería saber si debía continuar entregando flores en casa de Helen ya que las entregas eran rechazadas continuamente. Caminó golpeando el suelo a través de la gran oficina y tiró la cartera en silla frente a su escritorio.

-Joder - gritó, sin importarle quién la escucharan. Había estado diciendo esa palabra mucho últimamente. Lo había jodido todo por querer estar con las dos, sabiendo que Helen podía y lo había visto, todo el demás podía irse por el desagüe, y por último, pero no menos importante, fue jodidamente estúpida al creer que esto realmente funcionaría.

Las últimas tres semanas habían sido las más largas de su vida. Había seguido a Helen por la puerta, pero cerró la puerta en la cara, y no podía correr desnuda detrás de ella. Marcó el número de Helen en repetidas ocasiones, como si por algún milagro el traste traería a Helen de vuelta a sus brazos.

La mirada en el rostro de Helen perseguía sus sueños. En un instante la expresión de su amante había pasado de la felicidad a la confusión, la compresión, el dolor, y, finalmente, la ira. Sarah nunca había visto un espectro como el de Helen el día en que se enteró de su amorío con Emily.

Sarah había buscado desesperadamente a Helen los días siguientes. No llegaba al trabajo, y Sarah no estaba sorprendida de que Helen no respondiera su celular. Finalmente pudo hablar con Julia y se relajó cuando le dijo que Helen estaba con ella pero que, obviamente, no quería volver a verla. Sarah podía no estar completamente enamorada de Helen, pero no quería que nada malo le pasara.

Seguía mirando por la ventana cuando Alfredo entró.

-¿Sarah?

-A menos que tengas una buena noticia sobre Helen, no quiero oír nada.

Alfredo había estado en el extremo receptor de su ira desde que Helen había salido como una tormenta de su vida. También había sido su roca, prácticamente dirigiendo la compañía por ella. Estaba distraída, había perdido su enfoque, y no podía recordar donde se suponía que tenía estar y cuándo. El la mantuvo en lo previsto, la hacía firmar lo que necesitaba ser firmado, y el resto del tiempo la dejaba sola.

Pocos días después de que Helen se enteró de su engaño, Sarah llegó a casa y supo que algo era diferente en el momento en que pasó a través de la puerta principal. No era el hecho de que algo hubiera cambiado significativamente, sino que el interior de su casa se sentía vacío, sin vida.

Se percató que Helen estaba fuera de su vida. Vagó de habitación en habitación, dándose cuenta por primera vez cuán solitaria y desolada estaba su casa, su vida. Helen había traído pocas cosas materiales con ella, pero había llenado la casa de Sarah con energía. Cada habitación cobró vida con Helen, incluso cuando no estaba físicamente en ellas. La mera sugerencia de su presencia era suficiente.

La casa de Sarah estaba fría y vacía, como un sarcófago. Su cama era de repente demasiado grande y estaba durmiendo en el dormitorio de invitados - tratando de dormir más precisamente. No había logrado más de tres o cuatros horas de sueño por la noche durante semanas.

Asintió con la cabeza al informe de Alfredo, ninguno de los dos dijo nada.

-¿Te unes a mí para tomar un café? - Preguntó Sarah a modo de apertura. Alfredo la miró sorprendido, pero se recuperó lo suficiente como para conseguir café para ambos. Cuando regresó, Sarah le hizo una seña para que se sentara en el sofá con ella.

-¿Cómo lo llevas? - preguntó tímidamente.

-Podría decir que genial. Podría decir que me alegro de que todo haya terminado y puedo seguir adelante con mi vida. Podría decir que la monogamia no era en realidad mi estilo. Podría decir un montón de cosas - Sarah sostuvo la taza y el platillo con ambas manos para ocultar el hecho de que le temblaban.

-¿Qué quieres decir?

-Que la echo de menos - respondió sin vacilar Sarah - Que no tenía la intención de tratarla así. Que yo siento mucho que ella haya terminado lastimada. Que algún día encontrará en sí misma la capacidad de perdonarme, Que no soy lo suficientemente estúpida como para creer que lo hará.

Sarah había pensado en todas esas cosas todos los días durante las últimas semanas. Se había visto profundamente afectada por el dolor que había causado a Helen. Se había visto profundamente afectada por el dolor que había causado a Helen. Nunca antes había sido consciente de haberle hecho daño a alguien tan profundamente o experimentado ese grado de angustia y culpabilidad por haber hecho algo.

-¿Qué piensas hacer?

Esa era la pregunta número uno de Sarah, para la cual aún no tenía respuesta, seguramente nunca la encontraría.

En las noches yacía despierta pensando en Helen e imaginado su cuerpo en las sombras que bailaban en el techo oscuro. Escuchaba su voz, su risa en el susurro de las hojas de un día de viento. Buscaba su cabello, en las multitudes, volviendo con las manos vacías en todo momento. Helen la había llenado, pero ahora estaba vacía.

No sabía cuando había sucedido. No fue que se despertó un día y dijo: "Hoy es el día en que me voy a enamorar", y puf, lo hizo. Pero se había enamorado de Helen. En alguna parte entre "¿podemos beber un café?" Y "Sí, me agradaría". Había sucedido.

Ahora sabía que nunca hubiera tenido una relación con Helen si no hubiera estado enamorada de ella. Habría detenido la farsa mucho tiempo antes. Sarah era muchas cosas, pero ella trazaba la línea en el acto. Al menos eso intentaba.

Herir a Helen era como cortar un pedazo de su propio corazón. Había herido a la mujer que amaba, ya fuese intencionalmente o no, ya no importaba.

-Caería sobre mis rodillas y le suplicaría perdón, pero creo que se deleitaría viéndome así. - respondió finalmente Sarah. - ¿Tienes alguna idea? Tú has hecho esto unas cuantas veces más que yo.

Alfredo había roto y vuelto a reunirse con más novias de las que Sarah podía seguir la pista.

-Arrástrate, esa es la clave. Guanaco maya pipil de sangré pura arrastrándose. Un poco de rogar y suplicar no estaría de más tampoco. - Tomó un sorbo de su café y miró a Sarah antes de hablar otra vez. - ¿estás enamorada de ella?

-Si - respondió Sarah, - Sí, lo estoy. Tenía que dañarla, para que me diera cuenta, ¿Dónde estaba Helen a siete meses? Antes de que yo me fuera de viaje a Costa Rica y me lamentara la perdida de Patricia. Si la hubiese conocido antes, entonces todo esto no estaría sucediendo.

-No estabas preparada para ella - dijo Alfredo.

-Tienes razón. Yo no estaba lista para sentar cabeza, y sin dida no estaba a punto de enamorarme. No lo habría reconocido si me hubiera abofeteado en la cara. Probablemente lo habría abofeteado de vuelta y habría seguido caminando. - Sarah se levantó del sofá demasiado inquieta.

-¿No es eso lo que hiciste?

Sarah miró a Alfredo. Sus palabras eran la cosa más profunda que había oído nunca.

-¿Eres psiquiatra en tu tiempo libre?

-¿Quién tiene tiempo libre? Me mantienes tan ocupado que apenas tengo tiempo de tener una cena agradable con mi hermosa mujer, por no hablar que no veo a mi hija.

Sarah exploró lo que Alfredo había dicho. ¿Acaso había alejado a Helen con una bofetada? Por supuesto que no literalmente. Nunca le haría daño físicamente, pero ¿en sentido figurado? ¿Al mantenerla a raya al continuar su sórdida aventura con Emily en vez de admitir que se había enamorado de ella?

-No sé, Alfredo. Ella no me devuelve las llamadas, rechaza mis flores. ¿Qué me haría pensar que va a hablar conmigo? Es probable que me pegue un tiro. Peor aún, que no me diga nada y siga caminado.

Eso era lo más terrible que podía pasar. Si Helen le disparaba, por lo menos la sacaría de su miseria. Pero que Helen no le hablara nunca más era aplastante. Tenía que encontrar un camino. Tenía que haber algo que pudiera demostrarle a Helen que sentía mucho que eso hubiera sucedido. La amaba, de eso estaba segura, la amaba.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora