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Hacía las cinco de la mañana, Helen Ebbot se despertó de un sobresalto. Estaba transpirando enormemente, las manos aun le temblaban y todavía podía sentir el horror de esa noche.

Amelia había abierto los ojos y la contempló con la mirada desenfocada.

-No sabía que jugaras al beisbol – murmuró para, acto seguido, volver a cerrar los ojos.

Helen Ebbot a un mantenía en su memoria el recuerdo latente.

"A lo lejos, Ebbot divisó los faros, el hombre aumentó aún más la velocidad y pasó al carril contrario apenas unos cientos cincuenta metros antes del encuentro. Helen vio cómo el camión frenaba y hacía señas desesperadamente con los faros, pero recorrió la distancia en pocos segundos y la colisión resultó inevitable. José Manrique Recinos se estampó frontalmente contra el camión produciendo un horrible estruendo".

***

A las nueve de la noche la lluvia se había vuelto intensa. Hacía más frio y la angustia de Amelia se hacía más evidente. A lo lejos escucho como un auto se estacionaba, no pudo percibir si era cerca o lejos de donde se encontraba. El clima no dejaba escuchar nada más que la tempestad. Fue, sin desearlo, el principio del fin.

En cierta medida, lo que condujo el asunto hasta sus deplorables consecuencias. Amelia no sabía qué hacer. No se trataba de una actitud muy inteligente.

Oyó unos pasos en el pórtico y leves golpecitos en la puerta. Sin prestar mucha atención, sacó el teléfono y marco el numero de Helen. Seguía sin contestar. Apagó el teléfono para que no sonara.

Volvió a escuchar los toques en la puerta. Se acercó despacio...

-Siento venir tan tarde. Busco a Helen Ebbot.

Amelia no sabía quién eraDisculpa... ¿Quién eres?

-Lo lamento, me llamó José Recinos, soy amigo de ella. Estamos trabajando en un caso para, Advance... soy compañero de trabajo de ella.

-Ah, lo entiendo. Por esta puerta.

Amelia se hizo aún lado, dejando entrar al invitado, y sin querer, le dio la espalda, pero antes de llegar, José Recinos le detuvo poniéndole ligeramente una mano en el hombro.

***

La habitación medía aproximadamente cinco por diez metros. Amelia supuso que era un sótano. El tal Recinos había decorado su cámara. A la izquierda, cadenas, argollas metálicas en el techo y el suelo, una mesa con cuerdas.

Durante la primera media hora, Recinos no pronunció ni una palabra y resulto imposible comunicarse con él. Fue por una cadena, se la puso a Amelia alrededor del cuello y la cerró con llave en torno a una argolla del suelo.

José Manrique Recinos se agachó y checo los bolsillos de Amelia. Encontró la llave de la casa que rentaba.

-¿Cómo diablos me han descubierto? Creí que solo era esa tal Helen, nunca espere que una periodista también se viera involucrado. ¿Cuánto sabes de todo esto?

Amelia dudo. De momento, Helen Ebbot constituía su única esperanza de salvación. ¿Qué haría ella cuando llegara a casa y descubriera que había desaparecido? Sobre la mesa lo único que había dejado era una taza de café a medio tomar. ¿Establecería Ebbot la conexión?

-Contesta – bramó Recinos

-Estoy pensado. Helen sabe más o menos lo mismo que yo.

José Recinos elogió los logros de las dos.

-Ha sido muy inteligente por su parte cambiar las cerraduras de su casita – comentó.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora