51

223 17 0
                                    

-¿Qué te has hecho en la frente?

Fue lo primero que pregunto Carolina. Carolina había sido alguna vez abogada de la fiscalía. Había sido gran amiga de la ex pareja de Amelia.

Se sentaron. Amelia resumió el desarrollo de los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas. Al contarle cómo alguien le había disparado en los alrededores del riachuelo a la luz de la tarde. Carolina Cabrera se levantó de un salto. Su indignación parecía sincera.

-Esto es una auténtica locura – soltó, haciendo una pausa y mirando fijamente a Amelia – Lo siento, pero esto tiene que acabar. No puedo poner en riestos tu... sus vidas. - Helen Ebbot se sorprendió. Había creído que la investigación era solo de Amelia, pero al igual que ella, también era un trabajo encargado. – Tendremos que rescindir el contrato.

-No es necesario – dijo Amelia

Carolina trató de levantarse, pero Amelia lo impidió.

-Siéntate – dijo Amelia.

-No lo comprendes...

-Lo único que comprendo es que Helen y yo nos hemos acercado tanto a la verdad que la persona que está detrás de todo esta actúa de manera irracional, presa del pánico.

-La verdad es que no lo creo que de esa forma

-Hemos venido hasta aquí para hacerte un par de preguntas.

-Esta bien...

-Okey. Omar Galindo sigue formando parte de la junta directiva de Grupo Raiz ¿Existe algún archivo de la empresa? ¿Una biblioteca o algo parecido, donde archiven los recortes de prensa e información a lo largo de la historia?

-Si, lo hay- En las oficinas principales.

-Necesitamos acceder a él. ¿También hay viejas revista de ámbito interno y ese tipo de publicaciones?

-Me temo que me veo obligada a aclarar que no lo sé. Omar Galindo creo que ya no es parte de la junta. Se salió cuando el caso de Corea explotó y se desligo de cualquier tipo de vinculación. Te lo digo porque fui su abogada. Ahora, podría conseguir que se nos permita escudriñar un poco, aún sigue siendo accionista minoritario.

Carolina se levantó y tomó el teléfono. Pasaron unos minutos hasta que volvió.

-Debes hablar con una mujer que se llama Lourdes Capas, que es la responsable de las conservaciones de todos los papeles del Grupo.

-¿Podrí Omar y llamarla y pedirle que reciba a Helen en el archivo esta misma tarde? Quiero leer todos los viejos recortes de prensa acerca del grupo. Es extremadamente importante que tenga acceso a todo lo que pueda ser de interés.

-No creo que eso suponga un problema. ¿Algo más?

-Nada, gracias por recibirme. A mí y a Helen.

***

-¿Qué quieres que busque? – preguntó Helen Ebbot mientras esperaban en el tráfico.

-Recortes de prensa, revistas y boletines informativos para los empleados de la empresa. Quiero que repases todo lo que puedas encontrar en relaciones con las fechas en se cometieron los crímenes. Apunta todo lo que te llame la atención o te parezca mínimamente curioso. Creo que es mejor que tú te dediques a eso; es que tu memoria...

Ella le dio un puñetazo en un costado. Cinco minutos más tarde, iba en su moto.

***

Helen Ebbot repaso años tras años los recortes de prensa sobre el Grupo Raíz. Empezó en 1999 y continuó en orden cronológico. El problema era que se trataba de un archivo gigantesco. Durante el periodo en cuestión, el grupo aparecía en los medios prácticamente a diario, no solo en la prensa nacional, sino, también en periódicos internacionales. Se hablaba de análisis económicos, sindicatos, negociaciones y amenazas de huelga, inauguraciones y cierres de fábricas, balances generales, sustituciones de directores, introducción de nuevos productos... una avalancha de noticias interminables.

El cerebro de Helen trabajaba a pleno rendimiento, concentrado en esos viejos y amarillentos recortes, asimilando toda la información. Al cabo de un par de horas tuvo una idea. Se dirigió Lourdes Cabrera, la jefa de archivo, y le preguntó sí existía alguna lista o archivo en los que el Grupo Raíz haya hecho algún tipo negocio fuera de su rubro.

Cabrera observó a Helen Ebbot con desdén y desconfianza. Mostrando una frialdad innecesaria. No le gustaba nada que una completa desconocida tuviera acceso a lo más sagrado de los archivos del Grupo para mirar los papeles que le diera la gana. Y para más cólera, una muchacha que parecía una loca anarquista de quince años. Pero Omar Galindo, le había dado instrucciones que no se prestaba a prejuicios erróneos. Helen Ebbot podía mirar todos los documentos que quisiera. La solicitud había sido explícitamente urgente.

Lourdes tuvo que guiar a Ebbot por el archivero. Helen Ebbot echo un vistazo a las estanterías. Y advirtió que no sería tarea fácil Mientras revisaba cada folio meticulosamente, Helen se acordó de algo que leyó en la vieja investigación policial. Karla Gutiérrez trabajaba para una empresa de limpieza. Trabajaba para Grupo CleanesRosales.

***

A las seis de la tarde Amelia ya había llamado a Helen una docena de veces, constando, otras tantas, que tenía el celular apagado. No quería que la interrumpieran mientras indagaba en el archivo. Andaba inquieta.

***

Tres horas más tarde, Helen Ebbot pudo constatar que José Manrique Recinos estuvo presente en el escenario de, al menos, cinco de las ocho desapariciones los días inmediatamente anteriores o posteriores a los crímenes. No tenía indicios, tenía hechos. Estudió una foto de José de un recorte de prensa. Un hombre delgado y guapo con el caballo castaño, bien parecido.

José tenía veinte años cuando se vio involucrado. Cuando José conoció a Alejandra este tenía 32 años, "¿Qué le prometiste?". Helen Ebbot se mordió el labio inferior. Obviamente, el problema era que José Recinos se había desvinculado de sus trabajos con las empresas terciarias del Grupo Raíz. Se preguntaba si no se habría equivocado al introducir el nombre.

A eso de las nueve, Helen se fue por un café y un sándwich de la máquina del pasillo. Seguí hojeando viejo papeles buscando algún rastro de José y de los demás involucrados. Sin éxito.

Pensó en llamar a Amelia, pero decidió repasar también los boletines informativos antes de retirarse.

A las once y cuarto, Helen Ebbot bebió agua de su botella mientras seguí pasando páginas. Abrió los ojos de par en par al establecer la conexión.

-Te tengo – dijo Helen Ebbot voz baja.

Apagó la lámpara de la mesa y dejó las revistas sobre la mesa, todas revueltas. «Así esa cerda de Lourdes tendrá algo para hacer mañana».

Salió al aparcamiento a través de una puerta lateral. A medio camino hacia la moto se acordó de que había prometido avisar al vigilante cuando se fuera. Se detuvo y entornó los ojos mirando el aparcamiento. El vigilante estaba justo en el otro lado; tendría que dar la vuelta y rodear todo el edificio.

Al llegar a la moto, encendió el celular y marco el numero de Amelia. Saltó el buzón de voz. Descubrió, sin embargo, que Amelia había intentado llamarla no menos de trece veces entre las tres y las nueve de la noche. Le pareció raro que durante las diez de la noche no lo hubiera hecho.

Helen marcó el numero de la vivienda que rentaban, pero no obtuvo respuesta. Frunció el ceño, engancho el maletin de su computadora a la moto, se puso el casco y arrancó de una sola. Tardo una hora en llegar a la casa. Había luz en la cocina, pero la casa estaba vacía.

Entro y miró las cámaras de seguridad. Le llevó un rato entender la situación. Helen echó un rápido vistazo a las imágenes de la otra cámara, puedo ver con claridad... De repente, Helen Ebbot sintió cómo un frio polar invadía su estómago. 

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora