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Sarah comenzó a toser haciendo mucho ruido y negó enérgicamente con la cabeza. Miró a Helen con desesperación, que parecía tomarse la pregunta con mucha calma.

-No, solo somos amigas – empezó a darle palmaditas en la espalda y la miró con expresión burlona.

-¿Estás bien? – Helen parecía consternada, pero trataba de no demostrarlo.

-Sí, estoy bien – respondió, esforzándose al máximo para aparentar tranquilidad.

-¿Tienen a alguien especial que las espere en casa?

Sarah carraspeó y negó con la cabeza. Helen solo dijo:

-Yo sí.

-¿Ah? Vaya, es permitido preguntar si es importante – fue la respuesta de Pax.

-¿Interesa? – Sarah la miró despacio.

***

Pax aprobó los elementos esenciales de la campaña, pero los cambios significaban un par de días de mucho trabajo. Dejaría que Alfredo se encargara de las modificaciones en los costos y volvió a su despacho; además de todos aquellos cambios, tenía que lidiar con esa sensación de celos que sintió.

Pax quería algo con Helen, y ella como cobarde le dio el pasó abierto. ¿Qué era lo más optimó en responder? Todavía no había aclaro su situación, pero estaba segura que Helen estaría molesta. Dudó un momento antes de tomar el celular, pues volvía a sentirse culpable. Culpable de su engaño y de su indecisión. Se reprendió para sus adentros y, respirando profundamente, desbloqueó el celular marcó el número directo de Helen.

-Hola, habla Helen Ebbot.

Sarah se ablandó instantáneamente al oír la voz de Helen; cualquier intento de mantener una actitud profesional era inútil así que su respuesta fue automática:

-Soy yo, cariño – dijo tiernamente.

-¡Oh, Sarah! ¿Qué pasó bebé? -Sarah se quedó atónita. Se había imaginado muchos escenarios y lo que diría si se le daba la oportunidad de hablar con Helen otra vez ese día. Sin embargo, aquellas palabras ciertamente no eran las hubies pensado que pronunciaría. Helen no parecía molesta por lo sucedido en la reunión. Sarah se enamoró de ella. -¿Pasa algo?

Sarah no sabía sí a Helen la quería en su vida, y sí era así como tenía que, a ser, sería una tonta si le seguía el juego. Sabía que su acuerdo sería de corta duración, pero dada la forma en que se sentía ahora, era mejor que nada. Se preocuparía por el mañana más tarde.

-No tuve la decencia de agradecerte adecuadamente esta mañana. Gracias por las rosas, son preciosas -dijo Sarah -. Ya las verás el jueves.

-¿Aún no veremos el jueves?

-Sip, he pensado que podría cocinar algo y podríamos pasar la noche en casa. ¿Qué te parece?

-Lo único malo del plan, es que tengo que esperar otras dos noches. No sé, cómo voy a poder.

Sarah imaginó el hermoso rostro de Helen y cerró los ojos en un intento de reprimir el deseo que la invadía. Parecía que hubiera pasado una eternidad desde que la tuvo en sus brazos. Tragó saliva y recuperó la compostura.

-No falta mucho -contestó.

-Puff... esta bien.

Sarah sonrió imaginándose ese puchero -Helen, necesito que vengas después, si puedes, para que repasemos algunos cambios que sugirió Pax. Según dice ellas son urgentes en el material gráfico. Además, podrás decirme lo que quieres cenar el jueves.

-Estaré ahí a primera hora de mañana – dijo Helen-. Pero no es la cena lo que me interesa.

-Está bien. –Se le escapó una pequeña risa.

-Volveré mañana por la mañana.

Tras la conversación, Sarah necesitó unos minutos para poner orden en sus pensamientos y volver al trabajo. Estaba decidida a comportarse con profesionalidad cuando llegara Helen y se sumergió de lleno en el trabajo.

Sarah llegó a casa, el silencio se hizo eco por todo el lugar, más fuete que nunca. Helen iba a volver, llenando todas las habitaciones con su presencia física. Su cuerpo estaría allí, junto con su alma. Sarah se sirvió un trago y abrió la puerta del patio. El sol se había puesto, dejando el cielo cubierto con grandes pinceladas de rojos, amarillos y purpura.

***

El caso Alejandra Nerio constituía, sin duda, la historia más rara en la que Helen Ebbot se había involucrado jamás. En general, el último año, desde el momento en el que comenzó a trabajar para Enrique. No había sido más que un largo viaje en montaña rusa, sobre todo la parte de la posible caída libre. Y, al parecer, aún no había terminado.

Helen Ebbot tenía un informe que estaba compuesto por unas ochenta paginas de investigación propiamente dicha y cien páginas más entre copias de artículos, certificados de notas, diplomas u documentos poco relevantes de la vida de Alejandra.

Sin embargo, el caso que mas empeño le había puesto en los últimos días era el caso del Grupo Raíz. Mejor dicho su atención se había centrado en Norman Antonio Hass.

Resultaba extraño leer eso era una combinación de una autobiografía y un informe de los servicios de inteligencia. Sintió asombro la minuciosidad con la que había hecho el informe. Helen Ebbot se había fijado en detallares que hasta creía enterrado para siempre.

Seguramente Hass pensara que la relación que tuvo con una mujer, en aquel entonces una fanática sindicalista y ahora política a tiempo completo, no tendría relevancia. Había analizado su situación económica hasta en el más mínimo detalle.

Helen se hallaba delante de su computadora reflexionando sobre su reacción a la visita de Pax Catalán. En su vida adulta, nunca había dejado que nadie se acercara tanto a ella o invitado expresamente a salir con ella; y ese reducido grupo de personas se podía contar con los dedos de una mano.

Sarah por su parte, había irrumpido en su vida desvergonzado y ella no fue capaz de reaccionar más que con unas sosas protestas, en un inicio. Y no solo eso; le tomó el pelo. Se rió de ella. Normalmente, un comportamiento así la habría puesto en alerta para apretar mentalmente el gatillo. Pero no sintió ni la más mínima amenaza ni enemistad por su parte. Más bien se sintió cómoda y se había reído de ello. Ella observó la pantalla con mirada ausente.

Helen Ebbot se encontraba ante un problema metodológico de cierta importancia. Era experta en sacar información sobre quien fuera, pero su punto de partida siempre había sido un nombre y el número de identificación personal de alguien vivo. Si el individuo en cuestión aparecía en algún registro informático -donde necesariamente figurado todo el mundo-, la presa caería de inmediato en su telaraña. Si tenía un ordenador conectado a Internet, una dirección de correo electrónico, así podía revelar sus secretos más íntimos.

Pero ahora, se encontraba a punto de perder la cabeza. Se hallaba, pues, ante una situación completamente nueva y lo único que tenía en la cabeza era su encuentro con Sarah, era laboral, pero aun así estaba emocionada.

«Bueno, ¿cómo lo haré?».



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