24

316 24 24
                                    

Sarah bajó las escaleras y entró en la cocina. Saco la botella de champán del congelador donde la había puesto hacía un rato, y la colocó en el balde de hielo, al lado de dos copas altas de cristal. Todo estaba perfectamente ordenado en la mesa del salón.

Había cerrado las puertas de la terraza porque la noche estaba siendo fría y daba la sensación que iba a llover, pero, incluso a través de los ventanales oscuros, la luz del anochecer era impresionantemente nítida. La luz de los relámpagos en el horizonte daba un ambiente de paz muy peculiar.

Eran casi las siete y Sarah acababa de vestirse para la cena con Helen. «Parece una cita», pensó. Un escalofrió le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. «No, no lo es». Se repitió con insistencia.

Había optado por un vestido oscuro, ceñido, con un amplio escote y tirantes estrechos. Le llegaba justo por encima de la rodilla. Llevaba zapatos negros de tacón alto y, cuando saliera de la vivienda, se pondría por encima una minúscula chaqueta negra. Se había colocado un poco de sombra oscura en los ojos, además del maquillaje habitual: rímel y lápiz de labios neutro. Había reservado una mesa en un restaurante. En realidad, en su restaurante favorito. Sabía que Helen estaba locamente enamorada de ella, y deseaba hacerla sentir especial.

Sarah mantenía en la mente la idea principal de esa noche. Quería encontrar un buen momento para hablar con ella acerca de los términos de la relación que parecía que habían establecido. Pero... ¿Cómo abordaba el tema? ¿Cómo le explicaba que ella solo sería su amante frecuente? No su predilecta porque para ella estaba Emily Valladares.

La ansiedad la invadió de nuevo. Se apresuró a busca un cigarrillo, lo encendió mientras observaba con plenitud el reloj de la sala. Recientemente, había intentado dejar de fumar, o al menos, no hacerlo tan seguido. Sin embargo, la agitación emocional de los últimos días lo iba retrasando.

Estaba temblando, estaba nerviosa, estaba estresada. Quería tranquilizarse, aunque no sabía o no comprendía si estaba tan agitada y nerviosa porque iba a volver a ver a Helen, donde se vería en la necesidad de abrazarla, quizá robarle un beso o incluso de hacer el amor en el acto. Como bien había sugerido en un inicio Helen, esa mañana.

Pero la duda permanecía, seguía latente, como una mala sensación que le carcomía el alma lentamente. Estaba temblando porque no tenía idea como explicarle a Helen las casa e intensiones que tenía para con ella.

El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. Justo en ese instante todas sus inseguridades y preocupaciones desaparecieron. Helen se encontraba a unos cuantos metros lejos de ella.

Mas allá de su pórtico, se encontraba la mujer que se estaba colando en su ser y en su vida. Abrió lentamente la puerta y la visión de Helen la dejó sin respiración durante unos segundos. Helen también se había arreglado. Llevaba pantalones negros y una elegante chaqueta color café sobre una camisa de vestir rosa pálido.

Llevaba el cabello revuelto dándole un aspecto adorable. Su cabellera negra y espesa, con ese copete que nunca tenía forma. Toda ella resplandecía u cuando pasó sus dedos en medio de los rebeldes mechones se quedó hipnotizada por semejante escena. Sarah también notó los pequeños destalles de unos aretes.

Entonces Helen se percató de la observaba inquisitiva de Sarah, sonrió para ella y sus ojos, comúnmente inexpresivos, brillaron. A Sarah le pareció algo había cambiado: había más seguridad en su gestos y mirada, llena de adoración, cariño y amor.

Helen la veía con una sensualidad tan profunda que una oleada de deseó le recorrió el cuerpo. Casi pierde la sensatez, la poca que le quedaba cuando tenía cerca a Helen. Esa mujer era muy peligrosa.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora