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El sol poniente dibujaba en el cielo una profusión de franjas dorada y rosa intenso. El dormitorio estaba inundado de suaves tonos rosado, el ventilador del techo giraba lentamente y se oía cantar a los grillos. Ellas estaban de pie, al lado de la cama. Emily atrajo a Sarah entre sus brazos y volvió a besarla.

Hacía mucho tiempo que Emily no deseaba tanto a nadie y luchaba contra la urgencia desesperante que sentía de empujar a Sarah sobre la cama y tomarla sin más miramientos, penetrando con los dedos en la cálida humedad que sabía que la estaba esperando. En silencio, se convenció para sí misma en ir más despacio, para saborear cada momento y cada sensación.

Sin dejar de besar a Sarah, alargó los brazos y le desató el albornoz. Lo abrió y recorrió con las manos su cuerpo tembloroso: no llevaba nada debajo. A Emily casi le cedieron las piernas cuando deslizó los dedos por el suave vello de entre los muslos de Sarah y gimió en su boca cuando subió las manos y le hizo caer el albornoz de los hombros.

-Así es como lo haría un hombre, ¿no? Te tomaría ahora. La primera vez sería de manera rápida y enérgica, y después lo volvería a hacer, más despacio.

-No sé – dijo Sarah con voz temblorosa. No le parecía un mal plan, si aquello era lo que tenía previsto Emily. Temblaba de deseo y sus manos le acariciaban las caderas y la parte baja de la espalda, estaban haciendo que le fallaran las rodillas.

-Pues no va ser así – replicó Emily – Dime qué es lo que quieres.

-Yo... quiero que me seduzcas – respondió Sarah en voz baja -. Normalmente yo no... - sintió el aliento de Emily en su oreja – Quiero decir que normalmente soy yo quien lleva la iniciativa – Sarah titubeó, no porque tuviera miedo de Emily, sino porque no le resultaba fácil hablar de sexo. La mayoría de sus amantes anteriores esperaba que Sarah, fuera la agresiva y ella se había acostumbrado al papel. Pero ahora quería que la buscaran, que la sedujera, que le hicieran el amor.

-Es más o menos lo que estamos haciendo, ¿no crees? – Emily soltó a Sarah y dio un paso atrás. Se llevó las manos hacia la bragueta.

Sarah parecía deliciosamente indefensa. Emily controlaba la situación, tal como le gusta, y a Sarah le parecía bien. Se quedaron mirando una a la otra desde ambos extremos. La cabeza le daba vueltas y se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que se sintió así en presencia de otra mujer. No iba a permitirse pensar que aquello era el principio de algo importante, que aquél era el momento, la primera mirada que significa amor y una vida de «para siempre jamás». Aquello no era nada de eso. Era deseo, puro y simple. Y, bueno, ¿por qué no disfrutarlo?

Hacía demasiado tiempo que no sentía el cosquilleante temor de la expectación ni la algarabía de su cuerpo al irse despertando en diversos puntos: la lengua, las orejas, los pezones, los dedos de los pies. Tenía ganas de frotarse los muslos entre sí y no pudo evitar ponerle una mano sobre el estómago.

Sarah se mordió el labio inferior mientras Emily se quitaba los pantalones. Tenía las piernas y los brazos largos, y ligeramente bronceados. Su cuerpo era firma, propio de quien hace deporte con regularidad.

-No muerdo – Emily, lentamente, llevó las manos de Sarah hasta sus pechos y suspiró cuando ésta los tomó entre sus manos -. No puedes contenerte, ¿verdad?

-No. – Los dientes de Sarah encontraron un pezón a través de la camisa y Emily se arqueó para acercarse a su bosa.

-¡Oh!... Aprendes rápido – jadeó. – Llevo años planeando este momento. – Sarah se enderezó, sonriendo para sí misma. Lo que dijo era verdad. – Solo evitó mencionar que, después de planearlo, lo había practicado en muchas ocasiones.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora