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Sarah no podía sacarse de la mente su encuentro con Emily en la noche, ni la espina de que en algún punto le estaba haciendo infiel a Helen. Mientras se encontraba perdida en sus cavilaciones, Alfredo llamó a la puerta de su despacho. Entró sonriendo y ella agradeció la distracción.

Comentaron otra presentación para el día siguiente; ésta para una cadena de tiendas de equipo electrónico. Mars-Soluciones, la cliente se reuniría directamente con Sarah y su equipo; es decir; tendría que llamar a Helen.

-¡Dios mio!, supongo que tendré que rebuscar hasta encontrar algún vestido glamoroso para ponerme, esta mujer según dicen es muy joven para el cargo que tiene. – bromeó Sarah.

-Pax Catalán es un gran cliente Sarah, pero me temo socia, que sí, tendrás que estar impecable. – dijo Alfredo –. Has de estar jodidamente elegante para esa clienta tan estirada.

En ese preciso instante, Sarah oyó un sonido poco familiar, incluso reconfortante a esas alturas, al otro lado de la puerta entreabierta.

Toc, toc, se oyó levemente.

-¿Sí, Brenda? – la llamó.

Brenda asomó su cabeza por la puerta:

-Acaba de llegar esto para ti – anunció, al tiempo que entraba con una caja con flores-: Rosas rojas de tallo largo.

-¡Por Dios!, esto habrá costado una dineral – hizo notar Alfredo con la cara admirada.

A pesar de que no había tarjeta, Sarah sabía que eran de Helen.

-Las trajo un mensajero – explicó, antes de regresar a su mesa.

Sarah se había quedado sin habla y Alfredo decidió que era una buena oportunidad para irse a casa. Sarah se sentó en la mesa, contemplando las preciosas flores, y lo ojos empezaron a llenársele de lágrimas. Durante el poco tiempo que habían pasado juntas, todo en el comportamiento de Helen parecía indicar que estaba enamorada o, por lo menos, que creía estarlo y las flores eran una señal más.

Sarah deseó que Helen fuera capaz de resistirse a pronunciar esas palabras. Le aterrorizaba pensar en oírlas. Ya era bastante difícil tener que mantener sus sentimientos bajo control para además tener que soportar la idea de que Helen sufriera. Sarah era egoísta, no quería salir lastimada, pero no le importaba lastimar a Helen.

Miró el reloj y se dio cuenta de que era mejor que acabara el trabajo que tenía delante o se pasaría allí toda la noche. Y más tarde, aquella misma noche, tenía que ver a Emily.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, al pensar cómo se sentiría Helen si supiera que seguía viéndose con Emily; hasta entonces, tal como había supuesto, Helen no le había preguntado, tampoco parecía interesada en hacerlo. Dio gracias al cielo. Helen le creía y ella estaba a punto de quebrantar su confianza.

Sarah puso las flores en una mesa auxiliar y centró su atención en cómo colocar el encabezado en el diseño de impresión del proyecto. No era tan fácil, no cuando tenía la cabeza inundada de pensamientos complicados. Pensamientos que al final siempre terminaban en una conclusión.

«Mierda y más mierda».

Aquella tarde Sarah llegó a casa sobre las ocho pasadas. Colocó las rosas en un jarrón alto de cristal tallado que puso sobre la mesa, luego se preparó un bocadillo y se dio una ducha. Se sorprendió, se había acostumbrado a esta rutina cuando esperaba a Emily: tomaban algo juntas y hablaban, se ponían al día con las novedades de la otra. Pero básicamente se encontraban para mantener relaciones sexuales y Sarah solía vestirse para la ocasión. Las veces anteriores esperaba con ganas la visita de Emily, pero aquella noche Sarah dudó acerca de quedarse en bata después de la ducha. De repente, no llevar nada más que el bata le parecía una clara invitación sexual; pero era lo que había hecho hasta entonces, así que ¿Por qué preguntárselo ahora? ¿Por qué sentía pudor? ¿Nunca lo había hecho? ¿Qué había cambiado en el juego?

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora