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El inesperado fallecimiento de José Recinos abrió las noticias en todo el país. Lo único que se mencionaba sobre los acontecimientos de los últimos días. Como la mano derecha de la persona más influyente en la economía había fallecido de una manera tan trágica dejando consigo un rastro de corrupción y salvajismo a su paso.

Por razones desconocidas, nadie había silenciado los titulares con otro tipo de noticias amarillista. No como lo habían hecho cuando explotó el desfalco por la ayuda humanitaria brindada por el gobierno de Taiwán al Expresidente de la Republica, Gustavo Arnoldo Solano. En ese entonces, además del posible encarcelamiento de alto funcionarios, incluyendo políticos, militares, policías y civiles, también se abrió el debate hasta que punto podía llegar la corrupción y el encubrimiento ilícito de activos.

En menos de quince días, los medios de comunicación ya habían escogido a su nuevo chivo expiatorio. Malversación de fondo para la liga nacional de Fútbol del país. El pueblo se calmó, no exigió justicia.

Iba conduciendo entrada casi la noche. La radio local realizó una crónica más amplia, marcaba por la inquietud ante el futuro del Grupo Raiz y por las posibles consecuencias económicas que el suceso tendía para la empresa.

A nadie se le escapaba que, el Grupo Raiz tenía como empleados a más de veintiún mil empleados que trabajaban directamente en cada una de las ramas en las que se dividía el grupo. Además, que habían de tres mil personas que dependían indirectamente de la prosperidad de la empresa. El director ejecutivo del Grupo había sido implicado directamente en el caso abierto de José Recinos y el trafico de influencias. Las declaraciones entregadas por el periodista independiente Corea hacían más eco que la primera vez que fueron publicadas.

Había pasado la mañana en un triste silencio tirada en el sofá de la sala, desde donde había contemplado la lluvia y las oscuras nubes del cielo que se movían con el vaivén del viento. A eso de las diez hubo una intensa tormenta, pero al mediodía dejó de llover y el viento cesó de soplar.

-¿Cómo te encuentras? – preguntó Helen.

Amelia meditó la respuesta durante un rato,

-Creo que sigo en estado de negación – contestóMe hallaba indefensa. Durante horas estuve convencida de que iba a morir. Sentía la angustia de la muerte y no podía hacer absolutamente nada. – Extendió una mano y se la puso a ella en la rodilla Gracias – dijoSi tú no hubieses aparecido, me habría matado.

Helen le devolvió una sonrisa torcida.

Amelia y Helen estuvieron sentados en el jardín durante todo el día. Sin decir nada.

Pasada la tarde, hallaron oportuno regresar a la ciudad. Helen cubrió su moto con una lona, la dejó adentro del pequeño cobertizo de la casa. Subió con Amelia al carro que habían rentado. La tormenta había vuelto con renovadas fuerzas; una lluvia torrencial sorprendió a Amelia que apenas pudo distinguir la carretera. Amelia no quiso arriesgarse y paró en una gasolinera. Tomaron café mientras esperaban a que parece. No llegaron a San Salvador hasta las nueve de la noche. Amelia le dio a Helen el código del portal de su edificio. Cuando ella entro por la puerta, su propio apartamento le resultó extraño.

Pasó la aspiradora y limpió mientras Helen empezaba a hacer la cena. Luego de comer, Amelia se fue a dormir, por otro lado, Helen permaneció un largo rato ante la ventana contemplando la vista de San Salvador. La lluvia empezó a caer levemente. Pasadas las dos de la madrugada, se desnudo y buscó el calor de Amelia. Desnudas, durmieron unas horas.

Era la segunda vez que Helen Ebbot despertaba junto a Amelia en la misma cama. Se tomó un tiempo antes de levantarse. Acercó su mano a la mesa de noche y encendió el teléfono, descubriendo que tenía un mensaje.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora