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Cuando se despertó, ella estaba a su lado. Se sintió... ¡como en el cielo!

Era la primera vez en mucho tiempo que no estaba sola por la mañana. Sin embargo, se sintió cansada... y vieja. Helen parecía tener casi veinticinco años y los catorce años de diferencia se alzaban imponentes entre ellas. Helen no había estado fuera, en el mundo, el tiempo suficiente para darse cuenta de que, igual que el hoy encaja en el ayer, también encajaba en el mañana.

Fue una sensación muy nueva para ella. Aquello era lo que Sarah, al principio había evitado, se había figurado que nunca volvería a ocurrí. Pero hoy estaba acurrucada con la mujer que amaba.

-Helen... -dijo, tan bajito que no se hubiera podido oír, aunque estuviera despierta. Quería pronunciar de nuevo aquel nombre, susurrarlo con cariño, con ternura.

Sonrió. Aquella noche había sido de una dulzura increíble, después de que ella, hubiera superado eso de jugarse a hacerse la fría o la dura. Podía ser tan... no había ninguna palabra para describir lo encantadora, irresistible y apasionada que podía llegar a ser.

-Eres el sol de mi vida – susurró, mientras le daba un beso en la punta de la nariz.

Contempló con su rostro relejado, mientras permanecía tendida allí como si no hubiera nada en el mundo que pudiera molestarla. Ella tenía la impresión de que le molestaba algo y, en ocasiones, también lo había notado con anterioridad. Pero nunca había tenido el valor de preguntarle.

Se removió con toda calma, murmuró algo por lo bajo y se dio la vuelta. Helen contempló su despertar y volvió a inundarme toda la ternura que había experimentado aquella noche.

Aún adormilada, abrió a medias los ojos, pareció reconocerla y los cerró de nuevo. Un segundo después los abrió como platos y saltó de la cama.

-¿Qué...? – dijo, mirándola con fijeza-. ¡Ah, eres tú!

Parecía no estar a gusto a su lado. En cierta forma se lo merecía.

-Buenos días – dijo, sonriente tranquilizadora.

-Hmmm... Buenas... - respondió, mientras me miraba con aire algo desconfiado.

-Vaya – dijo, con un punto de ironía -. Es la primera vez que me despierto después de ti.

-Sí, eso parece – respondió.

Como siempre se levantaba después que Helen, no se había llegado a dar cuenta de que era una de esas personas que tiene mal despertar.

-Mis posibilidades culinarias son muy limitadas – dijo, mientras se levantaba -, pero un café si soy capaz de preparar.

-Si – respondió, tan poco habladora como siempre.

-¿Prefieres hacer tú de anfitriona? – se le ocurrió decir.

-En domingo, jamás. Ni se me ocurre – respondió.

No sabía cómo tenía que comportarse.

-Bien – dijo -, voy a probar suerte. – Se puso los pantalones.

-¿Habrá algo para desayunar?

-Siempre lo hay. Ahora voy – se interrumpió -. Espérame un instante.

Tal y como estaba, pensó que tardaría en reponerse. Parecía necesitar algún tiempo antes de espabilarse del todo. Trepó de nuevo a la cama y le sopló un beso en la mejilla.

-¡Da igual, cari..., Helen! -dijo. Hubiera preferido decir «cariño», pero le pareció que no lo apreciaría.

Miró de nuevo hacia atrás al salir de la habitación y la vio todavía sentada, erguida en la cama; la miró, no sabía cómo... parecía sorprendida. Y dulce..., muy dulce.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora