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Helen Ebbot encendió el ordenador, entró a Google y escribió «Orden de Malta + asesinato», la forma más sencilla y absurda de búsqueda. Para su gran asombro, encontró un resultado de inmediato. La primera página era una noticia del diario La Prensa Gráfica, donde se anunciaba lo crímenes sin explicación.

«... un misterioso y desagradable homicidio que tuvo ocupada a la policía...».

Helen encontró poca información de utilidad en un artículo titulado. «El caso de Grupo Raíz, afirmaciones de Gustavo Umaña, donde se filtraron los nombres de la red de corrupción.».

Parecía que la fiscalía no estaba interesada en casos como esos. Seguramente el fiscal general Arnulfo López había sido comprado. Las subsidiarias de Norman Hass también estaban implícitas, además que José Recinos también tenía ordenes de investigación por evasión fiscal y posible lavado de dinero. Parecía que las autoridades querían ignorar los rumores sobre un grupo de ladrones, que, supuestamente, estaban lavando dinero con empresas terciarias y testaferros. En los registros había muchos apellidos importantes. Pero eso nunca quedó claro.

El interés se había centrado en el caso de Oscar Corea, y las afirmaciones e investigaciones que había publicado en el periódico local, había quedado en el anonimato. Ni si quiera tomaron en consideración las sospechas de la red de esclavas sexuales. Ebbot se imaginaba que Alejandra había terminado en lugar como esos.

Helen Ebbot concluyó que la vinculación con la lista de nombres que había publicado Oscar no era simples suposiciones, resultaba demasiado evidente. Por supuesto, la cuestión más importante: ¿había un vínculo entre la desaparición de Alejandra y la desaparición de cientos de mujeres de la misma edad que ella bajo la misma situación? Y en tal caso, ¿cómo haría para destapar todo el caso sin que la explotara en la cara?

***


Sarah llegó temprano es martes, necesitó unos minutos para poner orden sus pensamientos. Se había despertado esa mañana con un tan solo pensamiento.

Deseaba estrechar en sus brazos a Helen.

Movió su cabeza de un lado a otro, necesitaba volver al trabajo. Estaba decidida a comportarse con profesionalidad cuando llegara Hele y se sumergió de lleno en el trabajo.

En menos de una hora, Sarah se levantó de la silla para abrirle la puerta a Helen. Su anterior determinación se hizo añicos en cuando la vio. Ninguna de las dos hablaba, mientras se miraba a los como hipnotizados.

Sarah cerró la puerta y tras apoyar firmemente la espalda en ella tomó a Helen entres sus brazos y la besó. No puedo evitarlo. Helen parecía derretirse con su brazo. Deslizó la mano bajo la falda de Sarah y cuando sus caricias alcanzaron la parte más alta de los muslos de Sarah, ésta le tomó la mano traviesa.

-No lo hagas aquí – murmuró, y la abrazó con fuerza. Su corazón palpitaba de excitación.

-Por favor, déjame pasar esta noche contigo, Sarah... por favor -le suplicó sobre sus labios -. No puedo sopórtalo más. Me tienes en tus manos.

Sarah la miró a los ojos de Helen y la vio embargada por el mismo deseo, pasión y necesidad que ella.

-De acuerdo. Pasaremos la noche juntas -contestó. Y con suavidad se deshizo del abrazo de Helen y continuó-: Ahora intentemos ser profesionales y hacer algo de trabajo porque, si no nos damos prisa, nos pasaremos todo el día y toda la noche trabajando.

Más tarde, una vez Helen se hubo ido, Sarah tuvo que admitir que quería pasar más tiempo con Helen del que había previsto. Con una mezcla de alivio y aprensión, recordó que Emily estaría fuera dos semanas. En cualquier caso, era necesario que se quitara esas ideas de la cabeza y continuara con el trabajo; tenía muchísimas ganas de llegar a casa esa noche. Trabajó rápido y delegó en los trabajadores free-lance gran parte del trabajo que tenía que acabar aquel día, así que se las apañó para salir del trabajo a tiempo de pasar por el mercado, de camino a casa. Estaba demasiado cansada para pensar en ir a cenar fuera con Helen; de lo que tenía ganas era de quedarse en casa con ella y relajarse. Compró algunas verduras asiáticas, pollo y fideos frescos para hacer un salteado.

***

Helen Ebbot luego de terminar su trabajo con Sarah y después de haberla convencido para verse esa noche regresó a casa.

Condujo su motocicleta hasta que se detuvo junto a la primera casa a mano izquierda. Se encontraba en afueras de la ciudad de San Salvador, no le importaba ir hasta muy al oriente. Además, le encantaba conducir a toda máquina por la carretera. Aparcó la moto.

Encendió su computador y espero que encendiera, la tarea consistía, sencillamente, en intentar averiguar cuatro números de identificación personal partiendo de unos datos extremadamente pobres. Además, la información que tenía era de hacía varias décadas, lo más probable es que no constaran en ningún registro informático.

La tesis se basaba en el caso similar al de una mujer llamada Sharon Píntin, consistía en que había sido víctima de un asesinato, pero antes había sido buscada como un tipo de secuestro. La familia creía que había sido simplemente víctima de trafico de persona, nunca fue encontrado su cuerpo.

Aparecía, por tanto, en diversas investigaciones policiales no resueltas. Todos llevaban el mismo patrón. Una chica joven, sin familiares cercanos, buscando abrirse camino en la capital, todas desaparecidas en las misma circunstancias. No había ninguna indicación sobre cuándo ni donde tuvieran lugar esos supuestos homicidios; tan sólo que debían haberse producido antes de 2005. Se hallaba, pues, ante una situación completamente nueva.

«Bueno, ¿cómo lo haré?»

Con evidente deleite, y en un tono coloquial que incitaba a la curiosidad, se explicaba cómo se podía integrar una red de asesinatos sin que las autoridades se mostraran sorprendidos o incluso inquietados. Helena Ebbot concluyó que la vinculación con el caso Sharon y Alejandra no eran solos casos aislados.

Por supuesto, la cuestión más importante: ¿Cómo diablos habría terminado Alejandra ahí? ¿Cómo se involucró?

-Hola, me llamo Helen Ebbot y estoy trabajando en una tesis de criminología sobre la violencia sufrida por las mujeres durante el siglo XX. Me gustaría visitar el distrito policial, para leer los informes de un caso de 2005. Se trata del asesinato de una mujer llamada Sharon Pintin, de veintitrés años de edad. ¿Tiene alguna idea de dónde se podrían encontrar eso documentos actualmente?

Sobre las seis de la noche, Helen Ebbot adjuntó otro nombre a la lista de personas desaparecidas como Alejandra. Lo hizo con grandes dudas y tras haber meditado el tema durante horas y horas, había descubierto más información. Atajos, intervalos relativamente regulares se publicaban texto sobre casos de crímenes no resueltos, y en un suplemento sabatino de un periódico vespertino encontrada «Varios asesinos de mujeres andan todavía sueltos». El artículo era recopilatorio, de modo que allí figuraban los nombre y las fotografías de unas cuantas víctimas de llamativos. Todos los casos empezaban en finales de los 90. Sharon no era la primera.

Peculiar que el radar de Helen Ebbot se activo inmediatamente. Helen Ebbot se dio cuenta de que ninguna investigación de las que había llevado a cabo con anterioridad poseía ni una mínima parte de las dimensiones que presentaba esta misión.

***

Llegó a su casa al mismo tiempo que Helen y entre las dos llevaron dentro las bolsas con la compra. Helen le explicó que aquella tarde había completado en un tiempo récord el material gráfico que le había encargado, y Sarah recordó una vez más lo eficiente y responsable que era Helen. Llegar a casa juntas había sido tan agradable como si lo hubieran hecho siempre. Normalmente, por la noche a Sarah le gustaba tener un poco de tiempo para sí misma: cuando vivía con Patricia, Patsy Pat, intentaba pasar una hora o así sin hablarle, mientras se relajaba. Pero esta noche le parecía fantástico que Helen estuviera allí.

Descargaron la comida en el mármol de la cocina y se abrazaron: No había nada que pidiera parar la pasión que crecía entre ellas. Helen empujó a Sarah contra la barra y al tiempo que la besaba, volvió a deslizarle una mano bajo la falda.

Apartó su boca de la de Sarah lo suficiente para murmurar:

-¿Y ahora tengo permiso para hacer esto? – mientras sus dedos avanzaban por entre los muslos de Sarah.

Como única respuesta, Sarah gimió, mientras la ropa interior se iba humedeciendo con cada caricia.

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora