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Helen Ebbot tan apacible como la caracterisaba, estaba poniendo su temple a prueba. Quizá su inexpresivo rostro era su mayor carta de triunfo, aunque en realidad, se estuviera comiendo de nervios. La vista de Amelia Masin Pashaca; como se había presentado la mujer; era completamente inesperada, la estaba afectando como nunca antes había experimentado en una relación con su trabajo. Estaba nerviosa, esa mujer le da escalofríos.

Ebbot se ganaba la vida espiando a la gente, inmiscuyéndose en los asuntos más mundanos de las personas. Lo cierto es que jamás había definido lo que hacía para Araujo como un "auténtico trabajo", sino como un complicado pasatiempo. Un pasamiento demasiado grato para su gusto, algo tedioso de explicar.

La verdad era – hacía tiempo que lo había descubierto – que le gustaba hurgar en la vida de los otros y revelar los secretos que intentaban ocultar. Era un don que se le había entregado. Un don que, a la mera de lo posible, ocupaba para el bien.

Lo llevaba haciendo desde que tuvo acceso a un equipo informático, de una u otra forma, desde que le alcanzaba la memoria. Y hoy en día seguía con ello, no sólo cuando Araujo le daba encargos, sino solo por puro placer.

Le producía satisfacción, como un complejo juego, pero con la diferencia de que se trataba de personas de carne y hueso, a veces inocente, en otros casos fatal. Y ahora, de repente, una persona que podía desestabilizar su siquis estaba sentada en su cocina inventándola a tomar el desayuno.

Solo había dos tipos de personas, a las cuales Helen les tenía un alto aprecio, además, de ser las dos únicas personas que lograban atormentarla.

Una de ellas era su propia hermana, con quien pocas veces la orillaba a sentirse inferior. Y la otra era Sarah... pero Sarah no se encontraba con ella en ese momento. Aún cuando Sarah tenía el poder de llevarla al cielo y condenarla a más de mil años en el infierno.

La situación le resultaba totalmente absurda.

Había algo en Amelia Masin Pashaca que no le gustaba, aunque le causaba un enorme interés.

-Tengo un asunto fascinante entre manos – respondió Amelia -. Dime, ¿no estás interesada?

-No.

-Hable con el abogado Alcántara, se que te pagó para conseguir información sobre el caso de Corea, según parece quería contratarte para un trabajo de medio tiempo. ¿No es cierto?

-Si.

Amelia le dirigió una leve sonrisa.

-Ya hablaremos tú y yo un día sobre si es ético o no hurgar en la vida privada de otra persona. Pero, de momento eso no nos interesa – Y hasta cierto punto tampoco te concierne -. tengo otros problemas... El trabajo que me encargaron y que acepté por algún incomprensible motivo, me tiene al borde de la desesperanza. ¿Puedo confiar en ti, Helen Ebbot?

-¿Por qué?

-Araujo dice que eres completamente fiable. Pero te lo pregunto de todas maneras. ¿Puedo confiarte secretos sin que se los cuentes a nadie?

-Espera... Has hablado con Araujo; ¿te ha enviado él?

«Lo voy a matar, maldito anciano de mierda».

-No, no exactamente. No eres la única capaz de encontrar la dirección de alguien; eso lo he hecho solita. Te busqué en el registro civil. Si pagas bien, los del CRN hacen el trabajo. Además, solo hay dos personas que se llaman Helen Leonor Ebbot Larín; a la otra la descarte inmediatamente. -Helen guardó silencio... habían descubierto su secreto, solo su madre le llamaba Leonor. – Pero ayer me puse en contacto con Araujo y mantuvimos una larga conversación. Al principio, él también pensaba que yo que quería guerra, pero al final conseguí convencerle de que mis razones son perfectamente legítimas.

-¿Y cuáles son?

-He llegado a un punto en el que necesito la ayuda de un investigador competente, y lo necesito ya, con urgencia. Alcántara me habló de ti y dijo que eras competente. Ayer, igual se lo comenté a Araujo, le expliqué lo que quería y mis razones. Dio un visto bueno e intentó llamarte, pero nunca contestaste... de modo que... aquí estoy. Sí quieres llama Araujo y confírmalo.

Ebbot tardó varios minutos en encontrar su celular bajo el montón de ropa que había dejado esparcida en el suelo los últimos días. Amelia Masin contemplaba su embarazosa búsqueda con gran interés mientras daba vuelta por la casa. ¿Cómo había sido posible que Julia le abriese la puerta? Había confiado en una completa desconocida, solo porque le había llamado «Leonor».

Encima de una pequeña mesa de trabajo del salón, había una impresionante Macbook pro de 16 pulgadas. Amelia supo de inmediato que Ebbot sabía lo que hacía. O al menos debía de creer.

Ebbot vio que Araujo la había llamado no menos de siete veces la noche anterior y dos por la mañana. Marcó el número mientras Amelia, apoyada contra el marco de la puerta, escuchaba la conversación.

-Soy yo... lo siento, estaba apagado... Sé que me quiere contratar...; no, está aquí en mi casa. Enrique... tengo migraña... No, no es por eso... Sí fuera el alcohol ... Una bendita copa... tenía veintidós años...- elevando la voz, le soltó - ¿¡Le has dado el visto bueno al trabajo o no!?... Gracias.

Helen miraba de reojo a través de la puerta del salón. Amelia fisgoneaba entre las estanterías de libros de Julia. Tomó un frasco marrón de medicamentos. Sin etiqueta, que alzó y miró al trasluz con curiosidad. Cuando estaba a punto de desenroscar el tapón, ella alargó la mano y le quitó el frasco; acto seguido volvió a la cocina, se sentó en una silla y se puso masajearse las sienes hasta que Amelia se volvió a sentar.

-Las reglas son sencillas – Dijo ella -. Lo que hables conmigo o con Enrique Araujo no trascenderá a nadie más. Significa que no diré ni una sola palabra de todo lo que me cuentes, acepte el encargo o no. Antes firmaremos un contrato en el que Advance Security se compromete a guardar silencio; con la condición, eso sí, de que no te dediques a actividades delictivas. En tal caso informaré a Araujo, quien, a su vez, dará parte a la policía.

-Bien.

Amelia dudó.

-Este... puede que tu jefe no esté del todo al tanto de la naturaleza de la misión...

-Me dijo que querías que yo te ayudara con una investigación histórica.

-Sí, es correcto. Pero lo que quiero que hagas es me ayudes a identificar a un asesino.

A Amelia le llevó más de una hora contarle todos los detalles del caso. No omitió nada. Tenía el permiso de su empleador para contratar a otra persona, pero para hacerlo era necesario que confiara plenamente en ella.

Helen no estaba muy interesada en nada de lo que hablaba Amelia. Ya estaba al cuello con el caso de la desaparición de Alejandra, el caso del reportero Corea y el caso abierto de Hass, el grupo Raiz, José Recinos. No tenía tiempo para agregar más cosas a su lista de quehaceres.

Ebbot sabía que cada una de su investigación estaba íntimamente relacionada, no había duda de ello. Por algo se había sentido tan inmersamente interesada. Pero la realidad era otra... No quería pensar. Ya se estaba cansada de espera por Sarah... Lo que le proponía Amelia no era malo, era la salida perfecta para dejar de pensar.

-¿Qué quieres que haga?

-He identificado a Karla Gutiérrez, Sonia Sol, y la he relacionado con una desaparición de hace 15 años. Si todo esto es como yo pienso, me temo que nos encontraremos con otras cuatro victimas más: Paola, Maria, Luisa y JL.

Amelia le dio a Helen una copia de la lista de personas desaparecidas, con similitudes exactas del modo operandi.

-¿Crees que están muertas? ¿Asesinadas?

-He estado hojeando archivos de la década de los noventa. El único cuerpo encontrado a sido el de Karla. Quiero investigar en el resto de El Salvador.

Helen Ebbot se sumió en sus propios pensamientos con un silencio tan inexpresivo y tan largo que Amelia empezó a rebullir impacientemente en su silla. Se estaba preguntando si no se habría equivocado de persona cuando ella, finalmente, levantó la vista.

-De acuerdo. Acepto, pero tienes que firmar primero el contrato de confidencialidad de Araujo. 

EstigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora