Capítulo 50

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Gilly

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Gilly

Le pedí a mi abuelo que le entregara a Emma las fotografías por mí porque yo no me sentía lo suficientemente fuerte como para volverla a ver y no rogarle que se quede. Ayer ella parecía emocionada por conocer Europa y no la culpo, yo estaría igual. Por eso no pude pedirle que no se vaya, sabía que no podía ser tan egoísta, aunque pensarlo me desgarrara por dentro.

Emma... Desearía que me amaras lo suficiente para no irte, o que yo no te amara tanto como para pedirte que te quedes.

No obstante, hoy ambos dejaríamos la ciudad en que nos conocimos y viviríamos nuestra vida lejos del otro.

Decido salir a caminar. Quedan tan solo horas antes de que sean las 18:00, lo que significa que debo despejar mi mente hasta entonces. Sé que tengo que hacerme a la idea de no volver a verla, pero es tan complicado.

Mi bolso ya está listo, por lo tanto puedo recorrer por última vez la ciudad de Bella Vista con total tranquilidad. Paso por al lado de un campo cubierto de césped y por mi cabeza se cruza el recuerdo del primer día en que la vi. Ella estaba recostada en el pasto, mirando con ojos resplandecientes el azul del cielo.

Me acuerdo que aquello me extrañó y por eso decidí acercarme para saber qué ocurría.

—¿Señorita? ¿Se encuentra bien?

Fue en ese momento que, por primera vez, sus ojos azules se encontraron con los míos.

Mientras más avanzo por el camino, más recuerdo.

—Antes de que regrese a su labor —dijo Emma acercándose y estrechando su delicada mano con la mía, embarrada—, Llámeme Emma, por favor.

Pude darme cuenta de que estaba frente a alguien diferente. Esa señorita, llamada Emma, tendría un gran impacto en mi vida a partir de ese día.

Continúo caminando, hasta llegar a un lugar que conozco bien. El salón de fiestas en el que se hizo el baile de bienvenida de Lucca, y los De Simone me contrataron sin conocerme para ser su cocinero.

—Puedo ayudarla a salir sin que ellos la vean, pero voy a necesitar algo a cambio. No le voy a pedir plata, sólo quiero algo sencillo. Quiero entrar a la fiesta, ser uno más.

¿Cómo iba a saber todo lo que ocasionaría ese simple requisito mío?

Miro arriba, hacia el cielo nublado. No me olvido que, después de mi primer encuentro con Emma, pasé horas observando el cielo, intentando averiguar por qué razón ella se quedaba mirándolo con tanta admiración.

—¿Te estás burlando de mí en secreto? —pregunto.

—¿Ves allá el arcoíris? —lo señala—. El verlo... siempre transmite en mí felicidad, y me hace devolverle la sonrisa.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora