Capítulo 31

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Gilly

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Gilly

—A veces me confundís, Emma. Generalmente, siento que no soy lo suficientemente bueno para vos. Sin embargo, otras veces, me mirás como si también me amaras. Esos momentos son los que más duelen. Es semejante a soñar algo hermoso, y despertar en la realidad. Por eso, desearía tener pesadillas toda la vida, antes de soñar que estás conmigo y despertarme sabiendo que no es real.

La gallina picotea las varas del corral. Me siento un tonto hablándole a ella, pero, ¿Quién más me va a escuchar?

—Expresar lo que pienso en voz alta no me convierte en loco, ¿O sí? Al escucharme a mí mismo contándolo puedo entenderme mejor, ¿Verdad?

Miro al diabólico animal de reojo. Sigue rasgando la madera como si fuera comida.

Suspiro.

—Hablo de locura con la persona equivocada.... ¿Qué digo? Ni siquiera sos una persona —me agarro la cabeza—. Agh, esto es grave. ¿Qué ibas a decirme, Emma?

En tus ojos veía arrepentimiento. ¿Estás arrepentida de haber dicho que no estás segura de elegir a Lucca?

Fue lindo escuchar que tengo una mínima chance de que me quieras. Pero, si ahora me decís que tus palabras fueron un error, ¿Qué hago con esta ilusión que creció en mí?

—¿Me quedo con la duda, o le confieso lo que siento? —le pregunto a la gallina blanca frente a mí.

Comienza a cacarear e intentar salir del corral a toda costa. ¿Quiere atacarme de nuevo?

—Supongo que eso significa que tengo que animarme... Y que, no tengo que acercarme a vos.

Me pongo de pie. Me dirijo decidido a que lo mejor es que ella lo sepa ahora. Agarro la manija de la puerta, pero antes de abrirla, siento voces que me resultan familiares.

Ya debo haber perdido la cabeza como la gallina. Porque, por un segundo creo haber oído la voz del rubio. Me acerco a la ventana más cercana para constatar que estoy loco.

¡Damas y caballeros, Gilly no está cuerdo, finalmente es...

No obstante, lo único que logro confirmar es que a mis ilusiones se las lleva el viento una vez más.

Emma abraza a Lucca como si no lo hubiera visto por meses. Se ve sonriente, radiante. Más alegre que cuando está conmigo.

Entonces comprendo que lo que dijo sí fue un error. Todo fue parte del cuento. Debí haber sabido diferenciar lo ficticio de la realidad.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora