Capítulo 29

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—¡Emma!

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—¡Emma!

Observo detenidamente la pulsera en mi muñeca. Dorada, delicada y brillante, Lucca me había regalado mi nueva joya favorita. Al oir que me llaman, salgo de mi habitación al pasillo.

Ya pasaron tres días desde que llegamos a Bella Vista. Afortunadamente, la feria con sus carreras inservibles ya se fueron. El fin de semana está a tan solo horas de hacerse presente, lo que significa que mañana ceno en la casa de mis futuros suegros.

—¿Qué pasa, mamá? —consulto acercándome. Mantiene su mirada fija en el mueble frente a ella.

—¿Vos lo hiciste? —susurra casi indescriptiblemente. Gira su cabeza hacia mí— ¿Vos tomaste nuestros ahorros?

Mis ojos se abren en sorpresa. Considero bien mis siguientes palabras, porque pueden ser las últimas. Finalmente, opto por admitirlo. Razonando llegué a la conclusión de que su mirada me decía que ella ya sabía que había sido yo la que habia sacado parte de esa plata, por lo que, al confesar, las consecuencias de mis acciones podrían ser más leves. ¿No es eso lo que siempre dicen?

Que tonta fui por pensar así.

—Si tan atrevida fuiste como para agarrar ese dinero, ahora te vas a encargar de devolver cada centavo —sus ojos atraviesan con furia los míos—. Mejor anda buscando trabajo, porque quiero el mismo dinero lo antes posible.

De todos los castigos que imaginé, este era sin dudas el peor. Porque, ¿De qué podía trabajar una mujer para ganar tanta plata? De costurera está claro que no, y es una pena, ya que es lo único que sé hacer.

Las horas pasan, y no dejo de pensar en sus palabras. Quiero que sean las cuatro de la tarde ya mismo, necesito ayuda.

Al aproximarse la hora, abandono sigilosamente mi casa. Cuando cruzo el patio de la entrada, volteo para comprobar que ninguno de mis padres me haya visto, pero entonces suena una bocina detrás mío. Salto del susto y tengo que taparme la boca para no gritar.

—¡Emmita! —saluda alegremente Don Arturo subido al clásico triciclo que usa para trabajar. Le respondo con la misma felicidad, pero le cuento que debe guardar más silencio.

—Entiendo. Es que no te veo hace tantos días —agrega en un tono de voz más bajo.

—¡Sólamente fueron diez!

—Toda una eternidad, mejor dicho.

Rio ante su exageración.

—Me alegra haberte encontrado a vos acá, porque tengo algo específicamente para una tal Emma Scheeneberger.

—¿De verdad? —pregunto algo aturdida. ¿Quién me pudo haber enviado una carta?

Me entrega un sobre blanco que destaca por sobre los demás. El papel es de tan buena calidad que no me sorprendo al leer que proviene de los Gerondi. Más bien, de uno de ellos en particular.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora