Capítulo 22

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Nos miramos rápidamente con Gilly

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Nos miramos rápidamente con Gilly. Compartimos miradas de "es nuestro fin".

—¿Gerondi? Pero, ¡Qué agradable coincidencia! —dice Lucca riéndose. Gira a ver a Gilly— Nos podrías haber dicho antes que lo conocías.

—Es que no lo conozco —responde serio, pasando su mano por el cabello.

—Se supone que sos un Gerondi, ¿No? —dice el rubio quitando la diversión de su tono de voz, volviéndolo frío. Algo poco usual viniendo de él.

—No entiendo nada, ¿Alguien podría explicarme? —menciona Pierre confundido.

—Mi nombre es Eric —voltea a mirar al millonario y agrega—, Eric Gerondi.

El muchacho de ojos verdes se sorprende al escucharlo. Lo analiza completamente antes de hablar.

—Es raro nunca haber oído de un Eric. Menos de Corrientes —lo mira directamente a los ojos, serio—. Solo hay una manera de saber si sos un verdadero Gerondi o no.

Todos nos quedamos en silencio, expectantes de lo que pasará a continuación. Ambos Gerondi se miran fijamente. Pierre con completa seriedad. Gilly con indiferencia.

—Necesito que sonrías —habla pausadamente. Mi amigo frunce el ceño.

—¿De qué estás hablando?

—¡Quedate así! —pronuncia agarrándole el rostro.

—Estás más loco de lo que pensé —contesta mirándolo de reojo. Algo incómodo por el agarre de Pierre, quien levanta con la mano su labio superior para analizar sus dientes.

—Ahí está... —gira el rostro de Gilly y hace lo mismo del otro lado—. Acá también.

Comparto miradas con Lucca y Giane. No entendemos nada de lo que está pasando.

Pierre sonrie.

—¡Pasaste la prueba! Sos un Gerondi.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué fue eso? —agrega Lucca desorientado.

—Sus colmillos —ensancha la sonrisa y nos muestra sus puntiagudos dientes— ¿Los ven? Todo Gerondi tiene ambos colmillos puntiagudos como vampiro. Y él también.

Gilly voltea a mirarme con una graciosa expresión de confusión. No puedo contener la risa. Giane, al escucharme, hace lo mismo.

—Pudiste haberme preguntado quién es mi padre, o madre, y ¿Decidiste mirar mis dientes? —pregunta riendo de su propio desconcierto.

—No hace falta, primo —apoya su mano en su hombro—. Aunque, ahora tengo que lavarme las manos.

Me agarro la cabeza, todavía no puedo entender lo que acaba de pasar. Estoy contenta de que no le haya hecho alguna pregunta difícil que hubiera delatado nuestro engaño.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora