Capítulo 24

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Recorro las calles empedradas más hermosas que alguna vez vi

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Recorro las calles empedradas más hermosas que alguna vez vi. Estamos sin lugar a dudas en el barrio más colorido, alegre y pintoresco de todo Buenos Aires.  Cada casa, piso, terraza y restaurante tiene más de dos colores llamativos. Siento como si soñara mientras paseo por Caminito.

—Miren eso —dice Gigi señalando a un señor que pinta una increíble obra de la peatonal.

—No es sólo él —responde Lucca mirando más adelante, donde está lleno de incontables artistas pintando y dibujando los sitios más bellos del lugar. Muchos sacan fotografías, pero la mayoría prefiere tener una copia de la cantidad sorprendente de colores que ofrece este barrio tan original.

El día soleado acompaña con el positivismo al que impulsa el entorno.

—¿Vamos a conocer el Riachuelo? —ofrece Giovanni.

—Después seguimos recorriendo La Boca, no se preocupen —agrega Francesca para que no pensemos que nos iremos tan temprano.

Nos miramos entre los cuatro.

—Si hay barcos, yo quiero ir —dice Gilly.

Aceptamos la invitación y nos dirigimos hacia el Riachuelo, el cual no es la gran cosa, pero es agradable.

—Ahí está lo que querías ver, marinero —le señalo el gran barco que está llegando a la orilla.

Los ojos de Gilly se iluminan. Había olvidado lo poco que conoce el mundo fuera de Bella Vista.

—¿Qué pasaría si nos acercáramos? —consulta con los codos apoyados en la baranda que impide que caigamos al río.

—No nos dejarían —responde Lucca—. No se permite pasar cierto límite.

—Por sus características, es un barco extranjero. Podríamos entrar y hacernos pasar por pasajeros —afirma Giane. A tres de nosotros se nos forma una sonrisa.

—No, no, no. No sonrían así. Es una mala idea.

—Vamos, Lucca —digo tirando de su mano mientras nos escabullimos entre la gente.

—Por nada en el mundo se les ocurra hablar —advierte mi amiga—. Reconocerían nuestro acento.

—Además, no sabemos en que idioma hablan los extranjeros recién llegados —añado.

—Si es alemán, ¿Te encargas? —susurra Gilly.

Asiento con la mirada. Ya logramos entrar, pero hay tanto ruido que no podemos descifrar el idioma.

Entonces los cuatro, que mirábamos hacia el barco a unos metros nuestro, somos sorprendidos por una voz que claramente nos habla a nosotros por detrás. Cuando giramos, vemos que se trata de un señor, con ropa descuidada y sombrero de tela.

Nos paralizamos del susto. Fuimos descubiertos, y ni siquiera pudimos escuchar lo que nos acaba de decir. Solo sabemos que no debemos hablar, pero uno de nosotros tiene que hacerlo.

¡No Soy Una Damisela En Apuros!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora