EPÍLOGO

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Los golpes en la puerta apenas me hacen abrir los ojos por un par de segundos antes de volver a sucumbir al sueño, pero no se detienen, solo incrementan y siento que la puerta caerá en cualquier momento. No quiero despertarme, quien quiera que sea.

─Rossi ─papá vuelve a tocar la puerta.

Un bostezo sale con ganas de mi pecho, y me remuevo en la cama somnolienta, decidida a seguir durmiendo. El calor de un par de brazos tibios me recibe y siento el paraíso cuando me acurruco en su pecho. Entonces lo noto: Dylan. Papá.

─Rossi voy a abrir la puerta, ¿bien cielo?

Las alarmas se encienden en mi interior y giro el rostro tan fuerte en dirección a la puerta que creo que me he descolocado y cuando el pomo empieza a girarse, a una velocidad increíble consigo saltar de la cama y correr hasta la puerta, impidiendo que mi papá entre.

─¡Hey! ─respiro como una desquiciada, exagerando una postura casual. ─Buenos días, papi.

─Rossi.

─¿Sí?

─¿Todo bien ahí dentro? ─finjo demencia.

─Claro, todo está muy dormido, ¡digo! Oscuro, no, no. Bien, todo está bien.

─Ah, entonces puedo pasar ─empuja levemente la puerta.

─¡No!

─¿No? ─inquiere levantando una ceja de forma intimidante.

─No, bueno, es que iba a darme una ducha, todo está muy desordenado y sé que no te gusta eso, lo limpiaré y luego conversaremos tomando el té en el salón.

Su semblante no cambia ni por un segundo, y en su rostro esa expresión que dice "algo escondes" se mantiene, pero como un milagro, la voz de mi mamá se escucha de fondo llamándolo. Quiero festejar cuando parece relajarse y retrocede un paso.

─Bien, no bebo té pero podemos desayunar juntos. Hoy regresa Mía.

Mis ojos se abren con sorpresa y quiero regañarme por haberlo olvidado. Mía vuelve después de cuatro meses en Ámsterdam. Mi estómago se revuelve como el de una niña nerviosa, a punto de regresar el desayuno.

Asiento con efusividad y planto un beso en la mejilla de mi papá antes de volver a entrar en la habitación, cerrando con seguro detrás de mí. Un suspiro cargado contrae mi pecho y me recuesto a la puerta, pensando en mi hermana. Mis ojos viajan por la habitación y sin querer recaen en la espalda cincelada y brazos marcados de mi chico. Mi vientre se alborota con los recuerdos de anoche y siento la piel de mis mejillas calentarse.

─Nena ─su voz ronca me llama, pero no me ha visto. Muerdo mi labio cuando se remueve en la cama y la sábana deja al descubierto parte de su abdomen y descendiendo.

En silencio camino hasta él, sigilosa. Por la ventana semiabierta entran pequeños rayos de luz que iluminan parte de su cuerpo, y al borde de la cama me quedo observándolo. Debería ser ilegal tener a un chico como él desnudo en la cama, digo, por lo menos debería existir una licencia que apruebe, como con las armas, un certificado psicológico que demuestre que eres apto, porque yo podría volverme loca en cualquier momento.

Mis hombros se relajan levemente cuando veo que su respiración se armoniza, y acerco en silencio mi mano hasta él, pero él es más rápido y se gira tomando mi cuerpo y enterrándolo en la cama, subiéndose sobre mi y dejando todo su esplendor a la vista. Me remuevo como una loca cuando el tapa mi boca con una mano mientras que con la otra sujeta las mías, inmovilizándome. Entierra su cara en mi cuello, y con esa voz ronca de recién despertado, susurra:

─Shh, no tienes que pedirlo nena.

Toda mi piel se eriza ante esas simples palabras, y cuando su lengua roza el lóbulo de mi oreja, siento mis piernas desfallecer, temblar contra la suavidad de las sábanas y el colchón. Nunca pensé que simples palabras pudieran desestabilizar tanto, o peor, que pudiera gustarme tanto que lo hagan.

─Dylan ─murmuro cuando su mano se afloja sobre mi boca. Con suavidad el traza un camino con sus dedos, desde mi frente y descendiendo. Mis mejillas, mis labios, mi cuello, mi pecho. Todo a la vez que sigue su tacto con la mirada. Me vuelvo loca y mis pulmones se niegan a expulsar o recibir aire.

Entonces el pequeño camino placentero se detiene, y su mano juguetona acuna mi mejillas, centrando sus ojos en los míos con determinación, sensualidad, amor.

─Feliz cumpleaños, Rossi.

*** *** ***

No fue ni rápido ni suave, y por su culpa, sentarme duele. Pero no voy a quejarme y a decir que no lo quería, porque ni siquiera yo podría creerlo. En fin, luego de aquel placentero despertar de cumpleaños que me dio mi novio tuvo que bajar por la ventana, y Drako y Jumper, los perros Rottweiler entrenados a matar de papá casi lo hacen su desayuno. Al parecer hay cosas que no cambian.

─Buen día ─murmuro cuando bajo el último escalón. Mis papás y Liam están sentados en la mesa del comedor, y al verme ambos se levantan y se acercan a mi.

─Mi Rossi, felices veintidós, cielo ─mamá me abraza y en su rostro una bonita sonrisa se dibuja. No puedo creer que hayan pasado ya cuatro años desde que mi vida había dado ese tremendo giro.

─Mi pequeñita ─papá se une al abrazo, y debo carraspear como puedo para recuperar oxígeno. Sus miradas son de ternura centradas en mí, y al ver como Liam rueda los ojos debo olvidarme de hacer un comentario cursi.

─¿Y tú, enano? ¿No me felicitarás? ─revuelvo su cabello y este retrocede.

─Sólo si admites que no soy un puberto inmaduro.

Las palabras están a punto de salir de mi boca cuando la puerta principal se abre de golpe, y el chillón color rojo de la chaqueta que le regalé a Mía por su cumpleaños llama la atención. Su sonrisa se ensancha y dice:

─Jamás, puberto inmaduro.

Sin pensarlo corro hasta ella y nos fundimos en un abrazo efusivo, completo. Detrás de mi hermana, sonriendo y mirándola con cara de enamorado viene Justin, cargando dos maletas negras en sus manos, y dejándolas en el suelo cuando entra.

Mía acaba de llegar de Ámsterdam tras firmar los papeles de su título, finalmente se graduó como psicóloga clínica y aunque no lo acepte, juntarse con locos hace cuatro años hizo que se diera cuenta de su verdadera pasión y siguiera esa carrera. Hace cuatro meses cuando se fue a hacer las últimas prácticas, dejó una carta y odio admitirlo, pero deseé con todas las fuerzas que llegara pronto porque la curiosidad me estaba matando. Hoy finalmente es el día.

─Mi niña ─mi mamá se acerca y la abraza, para luego saludar también con un abrazo a Justin. Mi papá por otro lado envuelve a Mía entre sus brazos y a Justin le dedica una mirada severa. Como ya lo dije, algunas cosas no cambian.

Liam parece no estar muy interesado en lo que pasa, pero cuando Justin se acerca y toma la mano de Mia, sus ojos se centran achinados en la escena. Comparto miradas con mis padres y mi hermana, quien saca de su bolsillo rojo una carta.

─Tengo la copia del papel que les dejé cuatro meses atrás, saben que no soy buena con dar noticias o mantener oculto algo, así que dejé la carta para que se enteraran por su cuenta si les ganaba la curiosidad, pero veo que no, así que lo diré ─su voz acelerada y ojos nerviosos me hacen estremecer. No parece asustada, más bien enérgica, feliz.

De la nada, mía saca de su bolsillo un pequeño anillo y lo coloca en su dedo, extendiendo su mano en nuestra dirección.

─Justin y yo nos vamos a casar.

*** *** ***

Cada minuto cuenta, y eso es algo que aprendí de formas no muy agradables. Éramos unos niños cuando el destino había decidido cruzarnos, hacernos vivir el uno enfrente del otro, hablar, conocernos, ser parte de la vida de cada uno. Creamos momentos que pensamos que nunca volverían, pero no fue así, y aunque no fue fácil, llegamos a esto.

A veces la vida puede sorprendernos, demostrarnos que las esperanzas no deben perderse, y que el destino, sí existe.

Con amor, Rossi, Mía, Dylan y Justin. 

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