4. El diario de Alex Harper

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Enero era un mes muy frío. Pero a mí eso se me olvidaba cuando veía a Neil. Porque mi propósito de año era hacer que se enamorara de mí. Si es que no lo estaba ya. Por eso un día cuando fui a visitarlo porque tenía terapia y terminó rápidamente, decidí intentar algo.
Lo pensé mientras me contaba que Zac estaba considerando la posibilidad de cambiarse el apellido.

— Quería decirte eso en año nuevo— me dijo—. Pero todo estaba tan tenso que no pude hacerlo. Pero es grandioso, ¿No?
— Sí pero ya me había imaginado a mí mismo en unos años quejándome del dictador Benette. Pero también suena bastante aterrador decir “El dictador Hayworth quiere matarme”— dije.
— Zac no va a ser un malvado dictador— dijo él—. Mi hijo es un buen chico.
— Quiero ver que digas eso en veinte años, cuando te conozcan como el padre del que inició una guerra mundial.
— ¿Por qué Zac comenzaría una guerra mundial?
— Razones hay de sobra, Zac destesta muchas cosas. En todo caso no te preocupes, te defenderé de los que traten de matarte por haber engendrado al dictador más importante de la historia.
— ¿Crees que si Zac fuera dictador sería el mejor?
— Zac es muy listo, siempre se vuelve el mejor en lo que sea que intenta.
— Es cierto— dijo feliz—. Estoy muy orgulloso. Pero no sé por qué de repente quiere mi apellido.
— ¿Eso te parece extraño? Porque yo también lo quiero. Cuando me case contigo tomaré tu apellido definitivamente y por fin dejaré de ser un Harper.
— Eso no va a pasar— dijo.
— ¿Por qué? Mi mamá tomó el apellido de papá. Yo podría hacer lo mismo.
— No voy a casarme contigo.
— De acuerdo, podemos vivir perfectamente juntos sin casarnos.
— Deja de bromear sobre eso.
— No era una broma. Pasará— dije muy tranquilo.
— Alex, no eres divertido.
— Claro que sí— dije—. Esto es bastante divertido en general.
— No para mí así que deja de decir ese tipo de cosas.
— ¿Por qué? ¿Temes que aliente tus sentimientos por mí?
— No pero no deberías hacer eso. Es injusto.
— Nunca hicimos un trato sobre cómo sería esto— dije—. Así que puedo hacer o decir lo que quiera. Si no puedes soportarlo entonces acepta que es un mala idea estar juntos porque no puedes manejar esto como los adultos lo harían.
— Sí puedo pero tú no me haces las cosas más fáciles molestándome con comentarios como ese.
— Pues si unas simples insinuaciones mías son suficientes entonces tu teoría está equivocada.
— Estoy en lo correcto y no hay nada que puedas decir o hacer para que eso cambie— dijo muy seguro—. No me gustas y no me enamoraré de ti y puedo perfectamente estar a tu lado sin que me afecte nada porque soy un adulto que sabe manejar sus emociones.
— ¿De verdad?
— Sí, por supuesto.
— De acuerdo— dije—. Entonces no pasará nada si trato de seducirte, ¿Cierto? Porque eso no funciona contigo, ¿No?

Lo miré con una sonrisa. No parecía feliz.

— No te atreverías a tanto sólo por mostrar un punto, ¿Cierto?— dijo muy serio.
— Me gusta tener la razón y sé que estoy en lo correcto en este momento— dije—. No tienes idea de hasta dónde llegaría para hacer que te tragaras tus palabras.
— Ya no sé si te agrado o me odias.
— Ninguna de las dos cosas— dije—. Me gustas. Ya te lo dije. Y creo que es una mala idea que estemos juntos pero aunque ya te lo dije tú no quieres hacerme caso... ¿Qué es eso?

Me acerqué a una bolsa que estaba junto a un florero. La tomé.

— ¿Alguien te dio un regalo?— dije—, ¿Quién fue? ¿Con quién me estás engañando?

La abrí. Oh no. Eran las zapatillas de ballet que me compró y que rechacé.

— Ah... esto— dije un tanto incómodo.
— Son tuyas— dijo—. No espero que las aceptes pero estarán ahí por si un día las necesitas.

Se me ocurrió una idea.

— Las tomaré— dije.
— ¿En serio?— dijo confuso.
— Sí. Son un regalo de mi futuro esposo, debería empezar a acostumbrarme desde ahora.
— Ya te dije que eso no pasará.
— No sé si estoy cómodo con regalos tan costosos como estos— dije—. Es demasiado amor...
— Sólo cállate y úsalas— dijo molesto.
— No puedo ponérmelas ahora— dije—. Hay muchas mejoras que debo hacerles.
— ¿Mejoras? Pensé que ya estaban listas para usarse.
— No exactamente. Cada bailarín es diferente y yo suelo modificar bastante esto para que sea lo más cómodo y útil para mí. Por ejemplo tengo que coserle unos elásticos para que se aten en mis tobillos y tenga más soporte.
— ¿De verdad?— dijo—. Suena interesante. Pero podrías probártelas ahora al menos.
— No voy a quitarme los zapatos enfrente de ti, ya te dije que soy muy inseguro con mis pies.
— Y yo te dije que eso es una estupidez— dijo—. No tienes porqué sentirte mal puesto que te dedicas a bailar, es normal en ese contexto.
— Aún así no lo haré— dije.
— Jamás me burlaría de ti. Además sospecho que estás exagerando.
— No, mis pies de verdad son bastante feos— dije.
— Déjame verlos.

Rupturas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora