50. El diario de James

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Me mentalicé un poco. Por primera vez en mucho tiempo, James y Jimi estaban de acuerdo en algo: ya no querían vivir así.
Puse mis brazos enfrente y lo empujé un poco. Nos separamos. Me observó consternado. Yo traté de no ponerme a llorar aunque sí quería porque tenía mucho miedo. Ese hombre ya me había herido demasiado, naturalmente debía asustarme. Lo miré con mis ojos nublados. Todo se veía muy borroso... pero en retrospectiva así habían sido las cosas desde que lo conocí. Una parte de mí ya no distinguía qué era bueno o qué era malo.

— Ya... no quiero— dije muy triste—. No quiero estar aquí.

No esperaba que mi sinceridad resultara con él. Pero debía decirlo. Al menos me lo debía a mí mismo. Necesitaba darme un momento de honestidad. Pretender era demasiado difícil a esas alturas. Pero debía seguir haciéndolo, lo sabía. De eso dependía mi vida.

— ¿Puedo irme?— dije.

Volvió a acercarse para abrazarme. No quería hacerme sentir mejor, sólo deseaba detenerme.

— Eres mío— dijo en un susurro junto a mi oído—. No irás a ninguna parte. Tu lugar es a mi lado.
— Pero duele— dije en un hilito de voz—. Estar contigo duele.

Se separó de mí y me observó. Parecía preocupado. Yo sólo podía mirarlo mientras mis lágrimas recorrían mis mejillas.

— Ya no más— dijo, sonaba y parecía comprensivo, como si de repente fuera otra persona—. No volveré a lastimarte...

Me alejé un poco (aunque me sentía muy mareado así que no fue mucho), sólo deseaba que no me tocara. Lo observé y junté todo el valor que me quedaba para hablar.

— No te creo— dije bastante afligido—, ya habías dicho eso... era una mentira...
— No, esta vez yo...

No lo dejé continuar, me dirigí a la puerta torpemente porque seguía muy mareado. Él me detuvo. Intenté hacer que me soltara porque me sostuvo de los brazos pero no me dejó. No me quedaban muchas fuerzas así que no insistí mucho. Él para evitar que yo lo rechazara me abrazó con fuerza.

— Suéltame— dije en un hilito de voz.
— James, escucha...
— Tú no quieres que yo sea feliz— dije entre sollozos—, tú quieres que yo sufra...
— No es así...
— Yo... ya no quiero vivir— dije.

En ese momento me llevó de los hombros hasta el sofá. Me sentó ahí. Pensé que estaba molesto por eso pero no dijo nada. Sólo se inclinó en el suelo. Lo observé, yo podía verlo para abajo desde ahí. Me miró y parecía de verdad angustiado.

— Lo siento— dijo, yo no podía creerlo—. Lamento haberte lastimado tanto.

No supe cómo reaccionar. No esperaba una disculpa, era lo último que llegué a imaginar que pasaría. Sólo pude mirarlo sorprendido aunque mis párpados se sentían pesados por el sueño, las drogas y por tanto llorar.

— Debí creer en ti— dijo—. No volveré a desconfiar. Te lo prometo.

Se levantó. Lo observé. Estiró su brazo hacia mí. Acarició mi rostro. Se detuvo en mi boca. Solía pasar su dedo pulgar sobre la comisura de mis labios cada vez que teníamos sexo, justo antes de besarlos. Pero en ese momento los miró con atención no porque deseara besarlos, sino porque ahí estaba la pequeña herida que me hizo que aún no terminaba de cicatrizar del todo.

— ¿Te duele?— preguntó.

No dije nada. Sólo lo miré con tristeza.

— No he sido muy justo contigo— dijo—. Pero las cosas cambiarán. Eres lo único que de verdad me importa. Así que te cuidaré. Sólo sé un buen chico y deja que yo te cuide...

Rupturas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora