145. El diario de James (y unos anillos)

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Clint volvió a su trono y yo a su lado. Lo mejor era que por fin, después de intentarlo demasiado, fui libre. Él ya no mandó a nadie para que me vigilara. Me dejaba ir a donde quisiera. Es más, hasta podía ir a ver las peleas en las fábricas sin que él me cuestionara. No debía pasar todo el tiempo a su lado. De verdad estaba tratando de confíar en mí y no era para menos: lo perdoné, incluso fui a buscarlo en medio de la noche. Eso en su mente debió ser el gesto más romántico del mundo. La prueba más grande de mi amor. Y como yo era bastante lindo con él, creía que de verdad lo amaba. Así que me pasé muchos días disfrutando de mi nueva libertad y pasando algunas noches con Clint. Aún así me sentía sexualmente muy frustrado. Extrañaba a Stefan. Pero Boris quería que lo dejara en paz así que eso me prometí hacer pero era muy difícil. Tenía que encontrar alguien que pudiera darme lo que él me daba. Principalmente alguien que quisiera que yo le hiciera un oral. Porque Clint jamás intentó eso conmigo. Quizá no le gustaba que mis hermosos labios que tanto lo tenían fascinado tocaran un pene. Qué bueno que no sabía lo que hice con Stefan antes.

Y como me sentía bastante frustrado y no tenía que estar al borde de un ataque porque Clint me controlaba, empecé a probar nuevos tipos de drogas para distraerme. Sin embargo eso provocó que Stefan me hiciera una intervención un día cuando llegamos a mi casa y no había nadie. Le dije que estaría bien.

— No es normal— dijo él—. Te estás excediendo.
— Amorcito, te preocupas mucho. Pero demasiado...

Me tomó de los hombros y me miró fijamente.

— Qué cara más seria— le dije—. Sonríe un poco.
— De verdad me preocupas.
— Me gusta tu cabello. Y todo tú.
— James, hablo en serio.
— Vuelve a acostarte conmigo y lo dejaré— dije—. Un poco. No puedo dejarlo todo. Lo necesito.
— Eso no va a pasar.
— Bien— dije feliz porque estaba muy mareado—. Tampoco quería dejar nada.

Después mi teléfono sonó. Lo tomé. Era un mensaje de Gabe.

— Ya me voy— dije.
— ¿A dónde?
— No te diré. Pero puedes quedarte aquí. Alimenta a Doradito. Y podrías hacer mis tareas.
— ¿Vas a conducir?
— Iré en mi nube— dije—. Soy un ángel.
— No puedes conducir así.
— Igual lo haré. Adiós amor.

Salí de mi casa, subí a mi auto y comencé a conducir por algunas calles. Obtuve mi licencia de conducir muy rápido porque soborné a varias personas de ahí. En una tarde me la dieron. Me detuve en una esquina porque Gabe y Mich estaban ahí. Subieron.

— ¿Está seguro de que quiere hacer esto?— me dijo Gabe.
— Podría ser bueno para mí— dije.

O no. Realmente no me importaba. Después de conducir siguiendo la dirección que Boris me dio, llegué a una zona boscosa. Y después en medio de los árboles apareció una mansión enorme y hermosa. Debía ser ahí. Me detuve afuera. Bajamos. Caminamos y apareció una chica.

— Hola, buscamos a Elliot Meisel— dije.
— El señor Meisel los espera— dijo ella.

Boris ya había avisado que iríamos. Teníamos algo así como una cita. Seguimos a aquella mujer. Entramos adentro de esa mansión. Entonces de la nada apareció alguien que yo conocía. Nos quedamos viendo como tontos.

— ¿Jimi?— dijo—, ¿Eres tú?
— ¿Dalton?— dije sorprendido.
— ¡Sí eres tú! Te ves muy diferente. Estás más alto.

Dalton fue compañero de Jason en el equipo de basquetbol de la escuela el año pasado. Como Zac también jugaba con ellos, varias veces me lo encontré. Fue raro verlo ahí.

— ¿Vives aquí?— le dije.
— Es mi casa— dijo—, ¿Qué haces aquí, te perdiste?
— Tengo una reunión con alguien— dije.
— ¿Con quién?
— Con Elliot.
— ¿Con papá?

Rupturas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora