42. El diario de Alex Harper

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Me acerqué tanto que él se inclinó hacia atrás.

— Alex, ¿Qué estás haciendo?— dijo angustiado.
— No te preocupes, sé lo que haré— dije—. Aunque debería quitarme la ropa primero...
— De acuerdo, es suficiente— dijo, se veía muy serio, me apartó de él—. Ve a dormir ahora.
— ¡No quiero!
— Estoy hablando en serio.
— Yo también. Más en serio de lo que jamás hablé en mi vida... probablemente porque nadie nunca me vio como una persona respetable... ¿Neil?

En algún momento mientras yo decía eso, crucé mis piernas (porque se me olvidó que sólo estaba usando esa camiseta además de mi ropa interior) y él estaba mirándolas atónito.

— Neil, mi cara está aquí arriba— le dije.
— Sí, perdón, lo siento— dijo mientras me observaba.

Le reclamé con la mirada.

— Sigo queriendo que te vayas— dijo.
— No parece. Es más, apuesto a que no quieres.
— Sí quiero— dijo mientras tomaba un extremo de una sábana y me cubría las piernas.
— No quieres— dije y me destapé.
— ¿Qué haces?— dijo.
— No, ¿Qué haces tú?— le dije—, es obvio que te gusto y está bien porque tú también me gustas... no le veo el problema...
— Sí hay uno— dijo—. No lo recuerdo ahora porque tus piernas son hipnóticas y es todo en lo que puedo pensar pero sé que está mal y...

Me acerqué más a él.

— No puede estar mal algo que se sentirá muy bien— le dije—, porque te prometo que no te arrepentirás...
— ¿Podrías dejar de seducirme?— dijo molesto—, porque sí funciona.
— Qué bien, pensé que ya estaba perdiendo mi toque.
— No, eres terriblemente sensual, te lo juro. Ahora que ya has comprobado eso, ve a dormir.

Le sonreí.

— ¿De verdad piensas que voy a irme ahora que sé que me consideras sensual? Qué ingenuo— dije feliz.
— No debí decir eso.
— Exactamente. Demasiado tarde para arrepentirse. Ahora quédate quieto y deja que yo te enseñe algunas cosas...
— Honestamente no hay nada que tú puedas enseñarme a mí.

Lo miré con interés.

— ¿Cómo estás tan seguro?— dije.
— Tienes 20 años.
— 21— dije—. Desde hoy. Y que tú tengas más años que yo no significa que sepas más. Tengo bastante experiencia aunque no lo parezca.
— Quizá pero sinceramente no creo que sepas algo que yo no haya visto en mis épocas de universitario.
— Suena a que es falso y sólo quieres presumir.
— No presumiría algo así— dijo—. Me da bastante pena realmente. A lo que me refería es que no creo que tú puedas enseñarme algo que yo no sepa. Es más, yo soy el que debería enseñarte a ti.
— De acuerdo. Empecemos ahora— dije feliz.
— No caeré en eso— dijo—. No soy idiota.
— Yo creo que todos en este mundo somos idiotas en algún momento de nuestras vidas. No necesariamente es algo malo. Así que déjate caer y yo...
— Dije que no. Ahora ve a dormir.

Parecía muy serio.

— Bien— dije molesto—. Pero cuando quieras hacerlo yo ya no voy a querer.

Lo miré.

— No es cierto— me retracté—. Yo siempre voy a querer. Sinceramente desde hace bastante he pensado en cómo sería hacerlo contigo así que... fue una mentira. Pero es tu culpa porque me haces desearte mucho.
— No, tú eres el que hace eso— dijo molesto—, porque no deberías andar por el departamento de alguien usando su camiseta, es demasiado sugerente.
— ¿Entonces por qué me la diste? Pudiste no prestármela.
— ¿Y con qué hubieras dormido?
— Con mi ropa de ballet.
— ¡Eso es aún peor!
— ¿Mi ropa de ballet te parece sexy?— dije sorprendido—, ¿Quieres que me la ponga?
— ¡No, quiero que te vayas a dormir y me dejes en paz!
— Dices eso pero sé que no es lo que quieres— dije—. En tu mente seguramente esta camiseta ya cayó varias veces al suelo.
— Pues te equivocas— dijo—. Porque en mi mente te quedas con la camiseta puesta.
— De acuerdo— dije.

Rupturas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora