165. El diario de James (en el interrogatorio)

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Los policías que anotaban parecían listos para hacerlo. Así que decidí hablar pero siempre tratando de analizar la situación, no sabía en quién podía confiar.

— No sé quién era Clint— dije—. Nunca llegué a conocerlo bien. Estaba demasiado asustado como para preguntarle algo que me hiciera conocerlo mejor. Me daba mucho miedo. Además apuesto a que no me habría dicho nada. Jamás me dejó ver sus negocios. No me llevó a ninguna reunión. Tenía una fábrica a las afueras de la ciudad. Era un sitio grande con muchos edificios pero no me permitió entrar jamás. No quería que yo viera nada. Le ordenó a los demás que no me contaran. Quizá temía que yo le contara a alguien más, la verdad no estoy seguro de por qué nunca me permitió saber nada. Realmente no sé cuáles eran sus negocios, tengo una idea de qué podría ser pero no puedo asegurarlo. Honestamente me da miedo pensar en todo lo que hacía. Si obtuvo tanto poder y dinero no debía ser nada bueno. Ese lugar era inmenso.
— ¿Recuerdas cómo llegar a esa fábrica?— dijo Scott.
— Les daré la dirección. También las placas de su auto. Se fue en él, quizá sea de ayuda.

Lo hice. Ellos anotaron. Scott le dio la orden a uno de que enviaran a un escuadron especial a ese sitio y que buscaran el auto por todas partes.

— No encontrarán a nadie en la fábrica— dije—. Todos se fueron. Pero debieron dejar todo como estaba. Así que sí podrán saber cuál era uno de sus negocios.
— ¿Por qué no encontraremos a nadie ahí?— dijo Scott.
— Porque yo les dije que debían irse. Sin Clint, ellos eran libres. Así que debieron desaparecer todos. Eran buenas personas. Quizá no todos pero sí la mayoría. Estaban ahí como esclavos. La única salida era la muerte. Y para Clint era demasiado fácil mandar a matar a alguien. Hasta lo disfrutaba. Le encantaba ver a la gente sufrir.

Recordé cómo hacía que mis amigos se golpearan con desconocidos sólo porque estaba aburrido. Al menos el saber que él no podría hacerles nada nunca jamás me dio un poco de tranquilidad.

— ¿Cómo llegaban a él?— me dijo el jefe de policía.
— Eran personas miserables con deudas, necesitados de dinero, o con algún otro problema— dije—. Probablemente algunos iban por su propia voluntad para hacer dinero porque alguien los convencía de que era una buena idea. Entonces en algún momento descubrían que entrar era fácil pero salir imposible. Sólo muriendo. Porque Clint no dejaba que nadie fuera libre. Podrían delatarlo. Tenían que morir. Y si alguien escapaba, hacían que los encontraran y los mataran.
— Por eso mataron a los que se atrevieron a hablar de él con nosotros, ¿No? Desaparecieron y no los volvimos a ver. Deben estar muertos— dijo Scott con pesar. Más que sentir lástima parecía molesto. Seguramente sentía mucha impotencia.
— Al primer hombre que los buscó sí lo mató Clint— dije—. Pero no porque supiera que los contactó. De por sí debía matarlo. Pero la otra persona no murió. Yo la liberé. Lo ayudé a escapar junto a su familia. Está a salvo en otro país pero no sé cuál. Si lo dejaba seguir cooperando con ustedes en algún momento Clint lo descubriría, lo mataría junto a toda su familia y se iría del estado. Porque eso hacia Clint. Él no sólo se limitaba a matar al que cometió la falta. Él arrasaba con todos sus conocidos. Era demasiado fácil para él ordenarlo sin sentir piedad.
— No los mataba personalmente, ¿Cierto?— dijo el jefe.
— No, tenía a miles trabajando para él. Sólo debía ordenarlo. No le gustaba ensuciarse las manos. La única persona a la que le gustaba herir personalmente era a mí.

Todos me miraban sorprendidos. Odié verme reflejado en sus ojos. Debían sentir mucha lástima por mí, estaba seguro. Estuvimos en silencio unos segundos porque nadie se animaba a hablar, sin embargo alguien sí estuvo dispuesto a seguir la conversación.

— ¿Cómo era su relación contigo?— me dijo el doctor Hayworth—, ¿Cómo empezó todo?
— Es complicado— dije—. En conclusión, él me vio, le gusté y encontró una manera de hacerme suyo.
— ¿Amenazaba con matar a tus padres?— dijo Scott.
— Lo hacía— dije—. No sólo a ellos. Sabía que Alex y Laura eran mis amigos. También que me agradaba la profesora Lucille. Algunas veces lo mencionaba para darme a entender que si hacía algo mal, ellos sufrirían. Recuerdo claramente algunas de esas veces. En mi mente hay otros recuerdos en donde me amenazaba así pero como yo estaba muy drogado, no son claros en mi mente.
Así que creo que ahora ya entienden por qué no podía simplemente buscar a la policía y acusarlo. Era demasiado poderoso como para creer que podrían encarcelarlo. No había ninguna prueba de que él hacia todo eso. Parecería simplemente un inocente estudiante de instituto que faltaba mucho a la escuela porque estaba enfermo. Nadie iba a creerme si decía algo. Además como dije, él nunca me contó de sus negocios. No tenía pruebas de ello y acusarlo en base a nada hubiera sido muy estúpido. Sin contar con que hubiera ordenado mi muerte al saber que lo traicioné.
— Te hubiéramos protegido— me dijo Scott.
— No pudieron proteger a sus testigos, menos iban a hacerlo conmigo— dije—. Él era demasiado poderoso.
— Pero te quería, ¿No?— preguntó el doctor Hayworth.
— Siempre hay un límite para el amor— dije—. Clint era listo. No se hubiera arriesgado a perder su imperio por mi culpa.

Rupturas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora