152. El diario de James

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Yo no sabía ser libre. Simplemente tuve un poco de libertad y enloquecí. Stefan ya no estaba obligado a seguirme y yo podía conducir mi propio auto. Así que solía irme casi todas las tardes (siempre y cuando Clint no estuviera en la ciudad o no me necesitara) a vagar por ahí. Las ciudades eran muy interesantes. Me encantaba poder imaginar que todo eso podría ser mío. No sólo esas ciudades cercanas, sino también todo el maldito país. Porque sentía que podía llegar más lejos que Clint. Él no era tan listo. Además después de mi llegada, el dinero había aumentado. Por supuesto que tenía que ver también con que Clint mandaba a matar a todos los que descubría robando, no sólo era por mi habilidad para analizar números. Pero sin mí todo seguiría igual.

Como tenía dinero, un auto bonito y la seguridad de que nadie podía hacerme nada, iba deteniéndome por todas partes como quería. Nunca faltaba el clásico machito que me veía en un bar solo y soltaba algún comentario sobre mi cara. Entonces yo le rompía la nariz. Me había vuelto fuerte pero no tanto. Mi éxito en una pelea se basaba en si lograba golpear primero. Lo sabía perfectamente, Stefan se encargó de que nunca lo olvidara. En caso de que no, debía esquivar los ataques y esperar una oportunidad. Aprendía mucho mirando las peleas en la fábrica. Habían cada vez más personas que iban de todas partes, motivadas por el dinero que yo ofrecía en los pequeños torneos. Entonces me dedicaba a analizar los movimientos de todos ellos. Pero no sabía qué tan efectivos eran. Con mi estatus de reina, no podía pelear en una batalla. Así que buscar gente en los bares tenía sentido. En realidad ellos me buscaban a mí. Por alguna razón a ciertos hombres les irritaba ver a un hombre hermoso, joven y de apariencia delicada en un lugar tan “varonil” como un bar o taberna. Entonces se acercaban para hacer que me vaya o simplemente para intimidar porque eran bastante idiotas. A la gran mayoría sólo debía darle un golpe para derrumbarlo. Quizá eran enormes pero eso no se comparaba a mi disciplina al entrenar. Nunca dejaba de practicar. De aprender. Ninguno era rival para mí. Y como me encontraba bastante drogado, no tenía miedo. A comienzos de mayo, salí en mi auto para una ciudad que no conocía. Anduve por ahí hasta que me detuve cerca de un callejón para tomar un cigarrillo y encenderlo. Entonces vi que un grupo de personas llevaron a un sujeto a rastras hasta ahí. Lo curioso de la escena era que un policía de tránsito estaba cerca, vio cómo el grupo se fue ahí, se giró para otro lado y fingió que no vio nada. Como parecía interesante, bajé de mi auto y me uní al grupo. No se dieron cuenta, estaban absortos mirando al pobre diablo siendo golpeado.
Observé eso por unos minutos mientras se consumía mi cigarrillo. Después le hablé a un sujeto que estaba a mi lado.

— Olvidé por qué lo golpean— le dije.
— Es el tipo que quería irse a otro grupo— me dijo. 

Al parecer ellos eran una pandilla. Pues no eran nada discretos. Un sujeto enorme de cabeza rapada habló.

— ¡Esto es lo que pasa cuando nos traicionan!— dijo y todos los demás lo apoyaron.

Me acerqué nuevamente al sujeto con el que hablé antes.

— ¿Esta persona es el lider?— dije.
— Obvio, ¿Cómo no lo recuerdas?
— Tengo mala memoria— dije—, ¿Qué se necesita para tener su lugar?
— Quien lo derrote se queda con el puesto— dijo él—. Así ha sido siempre. Pero todos los que lo retan terminan mal. Por eso nadie lo hace.
— ¿Y se puede retar en cualquier momento?— dije.
— Yo diría que sí— dijo.
— De acuerdo— dije y levanté la mano.

Todos me miraron incluído el tipo enorme.

— Quiero retarte— le dije—. Por tu puesto. O como sea que se llame esto.

Nadie podía creerlo. Algunos me vieron y empezaron a reírse. Todos eran personas jóvenes. Imaginé que muchos debían seguir en la escuela. El tipo rapado se acercó a mí. Me observó.

Rupturas de PasilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora