Final

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Érase una vez, un Rey amargado que tenía un hijo muy escurridizo, y justificaba su hiperactividad con la excusa de que estar encerrado en su palacio era muy aburrido.

Al mini príncipe, le encantaban las galletas, eran su perdición.

Era uno de esos días que no tenían nada en especial, a nadie se le cruzó por la cabeza que ese día el destino recompensaría a dos adultos por el sufrimiento del pasado.

El niño come-galletas encontró a nuestra Princesa Pastelito, y ese día no solo le robó unas cuantas galletas... también le robó su corazón.

El niño alegaba que eran las mejores galletas de todo el reino, lo cual llamó la atención del Rey amargado. Ante la curiosidad que lo invadía, el Rey visitó a la Princesa Pastelito para comprobar el rumor que se esparcía sobre sus postres. Bastaron unos cuantos bocados, y el Rey cayó hechizado.

—¿La princesa era una bruja, papi?

—No, enana. Pero era muy buena cocinera.

—Me dio hambre, quiero unas galletas.

El príncipe glotón se sentía muy atraído por la dulzura de la Princesa, al igual que de sus comidas.
El Rey notó que su hijo sonreía con mayor frecuencia, y por eso intentó entablar lazos con la responsable de que su heredero ya no estuviera envuelto en la terrible oscuridad que les había tocado como consecuencia de un conjuro que les había lanzado una bruja muy mala.

La princesa era luz, el rey era puras tinieblas, pero así fue el comienzo de su arcoíris. Pasaron los días, y esos dos forjaron una bonita amistad.

—¿Y vivieron felices para siempre?

—No, todavía falta.

—No me interrumpan, porque luego ya no me acuerdo en que parte del cuento me quedé. Bueno, como les decía...

Un día, el Rey estaba desesperado, pues una bruja quería robarle a su hijo. Pero con la ayuda de la Princesa Pastelito, eso no sucedió. Todo el reino se daba cuenta de la evidente atracción que sentían, pero nuestras majestades eran muy ciegas y jamás admitirían en voz alta sus sentimientos.

Ambos personajes tuvieron que luchar con dragones, duendes, y múltiples obstáculos en su camino, para poder estar juntos.

Y por fin ocurrió la magia.

—¿Ahora si vivieron felices por y para siempre?

—Si enana, ahora si.

—Bueno, al menos lo intentan –dije con una tímida sonrisa al verme descubierta.

Ya tenía rato escuchando a través de la puerta, pero no quería interrumpir el tiempo que Christian estaba compartiendo con nuestros hijos.

Nuestros. Que bien sonaba eso.

—¡Mamá! –chilló mi pequeño terremoto de casi 3 años, extendiéndome sus brazos para que la cargara.

—Hola, mi pequeña. –mi hija se removió entre mis brazos porque quería escaparse del ataque de besos que le estaba repartiendo por toda su cara.— Tu no te rías, Teddy, porque ahorita sigues tú.

—¿Y para mi no hay?

—No, Rey gruñón.–respondí divertida.

—Eso no fue muy pastelito de tu parte –Él también me sonreía burlonamente.

—Que bueno que llegaste, mamá —Dijo un Teddy que ya casi cumplía 8 añitos, pero para mi siempre sería ese bebé regordete que me pedía todos los días galletas de chocolate (cosa que aún hace).—Papá nos estaba contando un cuento.

Somos chocolateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora