s e t e n t a y o c h o

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Maratón 1/3

Cuando Mason y Boni salieron de la mansión, procuraron ser silenciosos. Era indescifrable lo que podría ocurrir si George o Alice los veían de salida; posiblemente les preguntarían a dónde se iban simplemente para no dejarlos hacer nada, o los ignorarían por completo; ambas eran probabilidades igual de recurrentes.

—Quédate detrás de mí —le susurró Mason, poniéndose al frente. Hicieron un buen trabajo al no ser evidentes.

De tanto en tanto el mayor se detenía para mirar por los pasillos por si se encontraba con alguno de sus padres, y continuaban cuando no había nadie. Ambos eran conscientes que en cada esquina de la mansión había cámaras.

—¿Por qué tus papás odian tanto a los huérfanos, Mason? —preguntó Boni en voz baja, siguiendo al mayor fielmente.

—Aborrecen las condiciones miserables.

Boni lo miró con indignación y Mason se apresuró a agregar:

—Eso es lo que ellos dicen.

—¿Por qué clasifican tanto a los demás? —se quejó—. ¿No somos todos humanos?

—Así es el mundo, Boni.

—Así no era mí mundo.

Mason no respondió, deteniéndose para mirar por una esquina disimuladamente.

—No hay nadie —avisó—. Ya estamos llegando.

Pasaron por un par de pasillos más hasta que finalmente llegaron a las puertas de la mansión McDuffen. Sin dudarlo, se dirigieron a ellas mientras Mason sacaba las llaves de su auto.

No obstante, cuando estaban por llegar, la mayordoma volvió a hacer aparición, sólo que ésta vez llegó corriendo de la nada y se estrelló contra Mason violentamente. Boni los miró caer al piso con los ojos abiertos.

—¡Ah, mi Señor! —se exaltó la mujer, pegada al menor—. ¡Cuánto lo siento!

Mason la miró con molestia.

—¿Por qué tanta prisa? ¡Ten cuidado!

—Discúlpeme, por favor —pidió—. Iba corriendo para entregar un correo a la Señora McDuffen y no le vi...

—¿Cómo pudiste no verme? —discutió él.

—Um...

—Te pediré que te levantes.

—Es que creo que me lastimé la pierna y...

Mason intentó alejarse de ella, pero la mayordoma no se despegó del muchacho. Él gruñó con fastidio.

—¡Hablo en serio! ¡Estás invadiendo mi espacio personal y eso está prohibido!

Boni frunció el ceño cuando notó en la mirada de la mujer un brillo de diversión.

—Claro, mis más humildes condolencias —se disculpó, alejándose de Mason—. Deseo que no se vuelva a repetir.

Mason sólo bufó, arreglándose la ropa antes de poder levantarse. Y pese a que parecía bastante disgustado por el acontecimiento, le ofreció la mano a la mayordoma para ayudarla a levantarse.

Ella se balanceó, gimiendo y Mason la sostuvo para que no volviera a caer.

—Mi pierna... —se quejó, tomándose la rodilla—. Parece que me la he torcido.

Mason frunció el ceño.

—Llama al médico para que te ayude.

—¿Podría, por favor, ayudarme a ir al sofá?

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora