v e i n t i n u e v e

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Los momentos y acontecimientos en la Salida de Otoño se convirtieron en los recuerdos que Boni se prometió guardar para siempre. Desde aquel día en el que Nicolás se abrió a él, las cosas habían cambiado de enorme manera, convirtiendo la vida del pequeño Nicolás en algo mucho mejor; ahora iba a las clases junto con Boni y Lucel, se ofrecía para ayudar con limpieza y orden, y su tierna e inocente sonrisa ahora permanecía en su rostro de conejito, viéndose tan iluminado como nunca estuvo.

Ciertamente Boni tuvo que sacrificar algo muy valioso para él por Nicolás, y de igual manera sentía que había valido la pena. Después de todo, sus esperanzas por volver a encontrarse con su hermano algún día aún palpitaban en su corazón.

Aún así, muchas veces por las noches Boni lloraba en la ventana, observando el cielo nocturno, recordando los momentos en los que Elías lo consoló allí, sentados en el marco mientras compartían sus problemas, o simplemente charlaban sobre sus sueños y deseos al no poder dormir.

No podía engañarse a sí mismo: lo extrañaba como nunca; lo quería de vuelta, pero él sabía que aquello era mucho pedir.

Nicolás, luego de la Salida de Otoño, sí se había quedado en el hospital un tiempo más, aquel en el que Boni iba a visitarlo, de vez en cuando llevándose a Lucel, o a otro niño que se había ofrecido para acompañar al menor o darle algún regalo.

No fue mucho el tiempo el que pasó cuando le dieron de alta, permitiéndole regresar a su hogar.

Nicolás comenzó a relacionarse más, permitiendo que lo acompañasen a la biblioteca, compartiendo con sus hermanos en los almuerzos, y, poco a poco, paso a paso, se desarrolló hasta que se había vuelto a convertir en un niño; uno más serio de lo normal, pero ya era alguien de su edad. Jugaba, reía, hacía travesuras... Verlo así nuevamente era para Boni algo realmente gratificante a su corazón, sabiendo plenamente que había ayudado a Nicolás, y había recuperado su felicidad.

Cuando un día Boni le había preguntado su cumpleaños para organizarle una fiesta sorpresa, Nicolás le había respondido un muy simple "no sé". Aquello, por supuesto, lo dejó desconcertado; ¿cómo alguien podía olvidar su propio cumpleaños? Lo cierto era que a Nicolás no parecía importarle mucho, pero Boni pensaba que eso no estaba bien: el cumpleaños era un recordatorio del día en el que se te fue traído a la vida; aunque se lo replanteó, considerando la vida a la que Nicolás había sido traído, comprendiendo las cosas mejor. Pero eso sólo lo motivó para crear la mejor y más inolvidable celebración de cumpleaños sorpresa, y Boni tomó el día en el que le dieron de alta al menor como su nuevo "cumpleaños", de modo que su fiesta estaría un poco "atrasada".

Fue precioso ver el rostro sorprendido de Nicolás cuando había llegado de dar una vuelta con Camelia; ese momento en el que las luces del comedor se prendieron, y los niños gritaron en un hermoso coro: "¡Sorpresa!", con regalos repartidos en sus manos, y globos rojos regados en todas partes. Habían llenado las mesas con roscones, postres y bebidas.

Los ojos iluminados del niño fueron todo un poema al momento de entregarle todos los regalos, poniéndolo a él como el centro de atención, aquello que nunca había sucedido hasta ese memorable día.

Boni pudo observar cómo los ojitos de Nicolás se habían cristalizado cuando procesó todo, percatándose por fin de lo que estaba sucediendo, y lloró mientras abrazaba los juguetes y libros que le habían regalado, sollozando agradecimientos para todos los que habían contribuido, con su corazón palpitando la alegría y el amor.

Eso era sentir amor.

Eso era el amor.

Un tiempo después, llegaron al mes de Noviembre. En los primeros días el orfanato se comenzó a preparar para la fiesta navideña, despidiendo al otoño, que traería consigo al blanco invierno, el cual comenzaría a pintar los prados con la nieve helada, y dejaría caer a la tierra sus delicados copos. También traería los chocolates calientes y malvaviscos con más frecuencia.

Boni se sentía emocionado de que Diciembre tocara sus primeros días, para comenzar a sentir la sensación de que la estación más amable se avecinaría, y el año nuevo traería a sus vidas un nuevo recorrido. También estaba impaciente por compartir la festividad con Nicolás por primera vez, compartiendo con él e intercambiando regalos. Se preguntaba si él conocería las bengalas, porque aquellas las prendían en la última noche del año, saliendo a correr con ellas por las montañas, y llegaban al pueblo para repartir pan caliente a la gente.

Esperaba que ese año también prendieran fuegos artificiales en los cielos, para poder sentarse junto con Lucel, Nicolás y sus hermanos de habitación a admirarlos.

Se sentía mal pensar que ese año no estaría con Elías.

Noviembre rozó la mitad de sus días, y en esos mismos los niños del orfanato se dedicaron a decorar todo el edificio, comenzando con sus respectivas habitaciones, y decoraron los arbolitos del patio con luces, bolitas y cadenas doradas.

Nicolás siempre había querido decorar, y pudo comprobar que era tan entretenido como se lo imaginaba.

Ahora podría ver las luces navideñas que tanto amaba sin ninguna restricción.

Las cosas iban bastante bien al transcurso del tiempo... pero un día, Lucel enfermó.

Y desde ese momento, las cosas comenzaron a ir de mal en peor.

En el anochecer de ese día, Nicolás, Boni y Lucel estaban jugando en el patio del orfanato con algunas decoraciones de Navidad que iban a colocar en la baranda de las escaleras, cuando entonces Lucel comenzó a toser; al principio no le había prestado atención, puesto que la tos ya lo había estado molestando desde hacía un largo tiempo, pero entonces, esa tos terminó convirtiéndose en algo descontrolado que logró tirarlo al suelo debido a la falta de aire y el dolor potente en su pecho.

Nicolás fue en su ayuda cuando notó que el castañito ya no estaba a su lado, llamando a Boni a gritos para que le ayudaran al menor, que cada vez estaba peor, teniendo arcadas de vez en cuando por la seca tos que apretaba sus amígdalas. Ambos niños llevaron cargado a Lucel a la enfermería, con el niño en un estado devasto. Y entonces de la enfermería fue pasado a urgencias del hospital, en donde, luego de un largo y detallado examen, le diagnosticaron la terrible enfermedad: "EPOC", que había nacido en sus pulmones al momento en que aquellos, sin desarrollo suficiente, habían inhalado el tóxico humo en el incendio, y de ahí en adelante fue creciendo sin que nadie se haya dado cuenta.

El doctor dijo que estaba demasiado avanzada. Lucel fue hospitalizado, siendo sometido a un tratamiento profundo. Nadie sabía si el niño podría sobrevivir, ya que el ataque lo había afectado en gran manera.

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora