c u a r e n t a y d o s

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Cuando llegaron a la mansión, lo primero que hizo Boni fue correr con Chelsey para llevarla a su casita.

Del cielo llovían los copos como trozos de nube. Albert sostenía sobre sus cabezas un paraguas elegante, y en cuanto Boni salió corriendo sin previo aviso, el mayordomo amplió los ojos, siguiendo al menor de inmediato para evitar que los copos lo mojaran, pues si era de esa manera, el niño podía enfermarse, y Albert no quería averiguar qué tan propenso era Boni a eso.

—¡Señorito Boni, espere, por favor! —Albert siguió corriendo como pudo, mientras el niño no paraba de reír, corriendo junto con Chelsey a su casa perruna. El pompón de su gorrito se sacudía por cada brinquito que daba, mientras la bufanda cubría su boca, descubriendo su pequeña nariz enrojecida por el frío.

Chelsey en ningún momento dejó su energía a un lado, y corría sin parar, brincando de vez en cuando para besar a Boni y volviendo a correr con él hasta su resguardo.

El cielo se había oscurecido por las espesas nubes grises que se aglomeraron como gigantescos pedazos de algodón, ensombreciendo de la misma manera esa mañana, volviendo del ambiente algo gris y helado. El invierno ya estaba entrando a sus vidas.

Boni se detuvo cuando llegaron a la "mansión" de Chelsey, y el pequeño le soltó la correa para que la perrita fuera a ocultarse de la nieve.

Ella lo miró una última vez, se sacudió y corrió al interior de su casita, con Boni mirándole con un destello de nostalgia en sus ojitos gatunos. Chelsey le recordaba al perro que una vez criaron en el orfanato. Donut era así de hiperactivo, sólo que varias veces más brusco que Chelsey, rompiendo todo lo que tocaba. También era más ruidoso. Pero esa sensación de sentir a ese perro con él por medio de Chelsey, lo hacía preguntarse cómo estaría; ¿seguiría con vida? ¿Su familia lo habrá amado tanto como en el orfanato? Le preocupaba que no fuera así.

Albert llegó por detrás, poniendo la sombrilla sobre sí, y Boni levantó la cabeza para mirarle. Albert le sonrió, extendiéndole la mano, y Boni se la recibió, sonriéndole de vuelta.

Así, ambos comenzaron a caminar por el patio de la mansión hasta su gran entrada, donde la luz se prendía como una bolita de fuego entre el gélido invierno. Boni no pudo evitar mirar la fuente cuando pasaron en frente; dos pajaritos bajaron a ella para comenzar a beber del agua, bañándose en su líquido transparente. Entonces, a Boni le dieron fuertes tentaciones por tocar su agua; ¿estaría tan fría como pensaba? ¿Cuándo se congelaría? ¿Cómo se bañaban esos pajaritos ahí sin enfermarse?

Subieron por las escaleras de la entrada y Albert cerró la sombrilla en cuanto la nieve no los alcanzaba. El mayordomo sacudió la sombrilla y la colocó bajo su brazo, soltando la manito de Boni para sacar las llaves, buscando entre ellas, pasándolas una por una, hasta que dio con la de la casa. La insertó en la cerradura, y abrió la puerta.

Volvió a tomar la mano de Boni, seguido de ingresar juntos a la mansión.

—Tardaste.

Albert, que había estado cerrando la puerta, parpadeó, girando sobre sus talones para encontrarse con el dueño de la voz repentina.

Mason se encontraba sentado en un sillón individual de tela roja, con sus brazos cruzados sobre su pecho. Su rostro se veía tenso, y sus ojos parecían fieros.

Boni abrió los ojos y se ocultó detrás de Albert de forma automática, a lo que Albert puso su mano sobre su hombro pequeño en modo de protección, con sus ojos fijos en Mason, quien se mantenía serio en su lugar, con sus labios finos apretados.

—Señor Mason... —intentó hablar, mas fue interrumpido:

—El tiempo para la rutina de ejercicios de Chelsey se pasó —dijo Mason, quisquilloso—. ¿Dónde te metiste?

Di Mi NOMBRE [TERMINADA ✓] VERSIÓN NO CORREGIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora